Con sus raíces al sol extenuante, al polvo, al viento, a la lluvia inesperada, a la frescura de la noche, el árbol de la vereda que había sobrevivido a muchos intentos de derrumbarlo, sucumbió. Se rindió a la retroexcavadora de la regeneración urbana que prepara veredas en la Ferroviaria. Habían herido su tronco muchas veces, pero no habían podido con él. Era fuerte y lleno de ramas verdes donde anidaban negros finos. A su sombra en la vereda se sentaban los trabajadores, se acostaban a una siesta. Era amigo de los niños que salían de la escuela y a su vera tomaban agua fresca. Quizás era un peligro porque los ladrones podían trepar sus ramas y balancearse dentro de la casa o llegar al segundo piso de la vivienda. Triste destino de una ciudad donde sus árboles deben ser arrancados en aras de la “seguridad”. Ahora tumbado en el parterre donde agoniza lentamente, una pequeña rama intenta mantenerse viva mientras el resto muere. Las cuadras de veredas encementadas sin un solo hueco para nuevos árboles lo ignora.
Y la muerte individual de un árbol querido me plantea la manera como tratamos a la naturaleza casi siempre como si fuéramos dueños y señores de ella. En Río se lleva a cabo la cumbre sobre el futuro que queremos a propósito del cambio climático y nuestra relación con el entorno.
Miles de personas, de los más diversos movimientos sociales llevan adelante una cumbre paralela a la oficial convocada por la ONU. Es la cumbre de los pueblos Río + 20, hervidero de propuestas y semillero de grandes cambios a la que hasta hace pocos años asistían algunos de los hoy mandatarios socialistas de la región.
La actual crisis económico-financiera acapara los titulares de las noticias y pocos ven la relación con el medio ambiente.
Pero es el modelo de desarrollo que no funciona, un sistema que reduce todo a la compra y a la venta, a la explotación de la tierra como si fuéramos sus propietarios y no habitantes de un condominio, al decir de Leonardo Boff, donde viven en equilibrio inestable vida visible e invisible. Queremos conquistar el mundo con un crecimiento ilimitado en una tierra limitada. Y así el 20% de la humanidad controla y consume el 80% de todos los recursos naturales, se destruyen las selvas, desaparecen más de 100.000 especies de seres vivos cada año. La frase del Génesis, dominen la tierra, ha marcado toda la relación del hombre accidental con su entorno. Dominen, exploten, hagan lo que quieran con ella en lugar de situarnos en armonía y sinergia, respetando sus límites y los nuestros.
La tierra es un laboratorio en red, todo está interrelacionado, bella realidad e imagen para una civilización nueva, planetaria, equitativa, que pueda aliar los objetivos de desarrollo a corto, mediano y largo plazo, que cuide en lugar de dominar, produzca lo necesario en vez de acumular para unos pocos, que no busque vendernos todo, apropiarse de todo, el agua, los suelos, la minería, los genes, las plantas medicinales, para las grandes trasnacionales que se enriquecen empobreciéndonos.
El proceso de cambio requiere un cambio de mentalidad, que en los humanos lleva años y siglos instaurar, pero que actualmente requiere urgencias acordes a la gravedad del desorden que hemos introducido y a la capacidad de pensar y actuar que parece nos define.