¿Dónde hallar la sabiduría para experimentar en paz la casa, el trabajo y la calle? Esta es una pregunta que se formulan quienes han entendido que el vivir no solo es la plasmación de obras materiales sino la dotación de profunda presencia a la dimensión espiritual que a todos determina. Con diversas motivaciones, muchísimas personas acuden a esa biblioteca que es la Biblia para encontrar orientaciones más solventes que aquellas con que encandilan el vocinglerío del mercado, los micrófonos que amplifican verdades a medias, y las pantallas gigantes que están consagrando un nuevo culto con el político de moda.
Del Nuevo Testamento, Pablo es el más destacado escritor de cartas de la literatura temprana cristiana; no es imparcial, ciertamente, pues es un apasionado expositor de una cosmovisión particular. Y, aunque los filólogos discuten las diferencias del sentido de Jesús antes y después de Pablo –pues este habría creado un sistema doctrinal donde no lo había–, sus epístolas sin duda portan una potencia lingüística duradera. ¿Cómo pide el apóstol profundizar nuestras tareas?: “el que tenga el don del servicio, sirviendo; el de enseñar, enseñando. El que exhorta, exhortando; el que reparte, hágalo con generosidad; el que preside, con diligencia”.
Cuando se redacta una misiva, el autor se inventa a sí mismo y, a la vez, imagina un público. En toda carta hay literatura. Por eso –en la traducción de Luis Alonso Schökel– el mensaje remonta las eras: “Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca”. ¿Qué escándalo semántico es este? El vigor de la literatura pulveriza las comprensiones totales y absolutas, y el efecto de sus metáforas no se compara en perdurabilidad con ningún otro discurso. En contraste, la arenga de los políticos es facilona porque no se somete a transformación alguna; pese a la ficción que proponen las Constituciones revolucionarias, el poder jamás se revoluciona por dentro.
Al leer los textos del pasado no estamos leyendo el ayer sino los momentos actuales. Cuando examinamos la Carta a los Romanos (12, 6-21) no consumimos un significado anacrónico sino que la audiencia de Pablo se presentifica en la comunidad más cercana que compartimos: la ecuatoriana. ¿Qué harán con exhortaciones como esta los poderosos que acuden al rito dominical?: “Vivan en armonía unos con otros. No busquen grandezas, pónganse a la altura de los más humildes. No se tengan por sabios. A nadie devuelvan mal por mal, procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, tengan paz con todos”.
Pablo no fue discípulo de Jesús ni escuchó personalmente sus palabras. Tampoco conoció el género literario posterior del evangelio, y, acaso, tenía poca información del Jesús histórico: casi nunca citó literalmente sus expresiones, y, al no haber tenido acceso a los relatos que de él se contaban, al contrario que Marcos y Juan, parece que no estaba muy empapado de su actividad pública. Fue en el año 57 o 58 cuando escribió en griego la Carta a los Romanos que anima la imprescindible urgencia de actuar de otra manera: “No te dejes vencer por el mal, por el contrario vence al mal haciendo el bien”. Aquí. Ahora.