Muchas preguntas surgen cuando hablamos de La Civilización del Espectáculo (Alfaguara, 2012). ¿Qué clase de libro es? ¿Cómo está construido? ¿Qué pretende? ¿Qué representa en la obra de conjunto de su autor? Y muchas otras. Conocido por su incombustible capacidad de crítica, Mario Vargas Llosa, su autor, agita nuestra conciencia, identificando un trazo revelador de esta época y eje transversal de su reflexión: “… la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer” (p. 13).

Con carácter propio y lenguaje edificante, Vargas Llosa ha templado su pluma de tal forma que cualquier lector avisado puede notar que su propósito es el de orientar antes que zaherir. Defiende la tesis, fascinante y demoledora, de que la banalización lúdica de la cultura, en la que el valor supremo es divertirse, por encima de otra forma de ideal, ha pasado a ser el “espíritu de nuestro tiempo”. Desde luego, reconoce, que esta aspiración a pasarlo bien, es, sin la menor duda, legítima, pero convertir a esa natural inclinación, en la apetencia dominante de la vida humana tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, el periodismo amarillista, en el campo de la información.

Los lectores de nuestra época, dice, quieren libros fáciles. La literatura light ocupa un lugar epónimo y las obras exigentes de pensamiento que enriquecen el placer refinado de la lectura, pasan a ser remotas y excéntricas. Este tema de turbadora actualidad repercute de manera directa en la política, precisamente, porque en la civilización de espectáculo, las élites –la “alta cultura”–, tienen ínfima vigencia, pues el cuidado de las arrugas, la calvicie, el tamaño de la nariz y el vestuario vale tanto, o mucho más, que la propuesta juiciosa; “consecuentemente, la popularidad y el éxito se conquistan no tanto por la inteligencia y la probidad como por la demagogia y el talento histriónico” (p. 130).

La Civilización del Espectáculo es un ensayo que destila inteligencia, valentía y sensatez. La lección es palmaria: nos advierte del peligro que significaría terminar nuestros días en las mismísimas “Islas Afortunadas” (Elogio de la Locura, Erasmo Desiderio. Ed. Alianza, 2001: 43), “donde todo crece espontáneamente y sin esfuerzo”; y, donde lo light y la sensibilidad estragada terminan por reemplazar a lo trascendente y modélico.

El desafío es inmediato: en una “aldea global”, adormecida por su culto al espectáculo, los pensadores comprometidos no pueden renunciar a la aventura de la imaginación, ni al deber de opinar con solidez sobre lo que es provocador o rutinario, original o epígono, ni a los riesgos que hacen estimulante el trabajo intelectual. Lo contrario, significaría, dejar la puerta abierta a los incitadores que prometen “Nuevas libertades por las viejas” (Camino de servidumbre, Friedrich A. Hayek. Ed. Alianza, 2006: 198-199, 202-203), a los expoliadores de la actividad espontánea, a quienes condenan la fórmula de “el ajedrez por el placer del ajedrez” y, a quienes defienden al “Partido”, incluso, en la matemática.

Esta publicación que aplaudo calurosamente, eleva, al alimón, un justo y preclaro elogio a la excelencia y al “bien vivir”, si encaja.