En consideración a ciertas objeciones argumentadas que agradezco, y algunos malentendidos que lamento, generados todos ellos por mi columna anterior, debo hacer algunas aclaraciones. La maternocracia (poder de las madres) y el debilitamiento de la función paterna son fenómenos solidarios; no son actuales ni exclusivos de la sociedad ecuatoriana. Numerosos autores de varias disciplinas han ubicado estos fenómenos como tendencias crecientes en la estructura familiar de la cultura occidental, al menos desde el siglo XIX. En circunstancias deseables, el mejor desarrollo psicológico de los niños resulta del encuentro e interacción entre la función materna y la paterna. La función materna es más próxima al orden de la naturaleza, asegura la supervivencia del infante y lo inicia en la primera relación con el amor, la estructuración del yo y el lenguaje; de la manera más frecuente, esta función está cubierta por la madre biológica.
La función paterna es más bien simbólica, no siempre está desempeñada por el progenitor biológico, muchas veces la cumple otra persona de sexo masculino o femenino, e incluso la misma madre; esta función introduce al infante en las leyes y en los códigos de la sociedad y la cultura. El encuentro y la dialéctica entre ambas funciones, le permiten al niño aprehender la lógica del reconocimiento de las diferencias básicas, la lógica binaria. Esta lógica es la primera condición necesaria para el desarrollo de la simbolización, el lenguaje y el pensamiento en nuestra especie; además es la lógica de la sexuación humana, más allá de la biología. Algunos papás y progenitores evaden el ejercicio de la función paterna, abandonando o delegando esa función a la madre, quien hará de “taita y mama” como muchas veces ocurre. La consolidación de la maternocracia “no es culpa de las mamás”, pues los papás ausentes tienen plena responsabilidad en ello.
No es indispensable que una criatura tenga “dos madres”, pero sí al menos una y “al menos un padre”. Si la del padre es una función eminentemente simbólica, y puede ser cumplida por una mujer, ello podría tener efectos apropiados para el desarrollo del niño o niña. Suena lógico, pero debe verificarse su eficacia en cada caso singular. Por otro lado, se ha constatado que la presencia física de papá y mamá biológicos en la escena familiar no garantiza que allí operará la función paterna. Lo que opera es la diferencia, interacción, contraste, e incluso el conflicto ocasional entre estas dos funciones.
Esta diferencia entre dos funciones distintas, en lugar de dos personas de cualquier sexo que hagan la misma función, es el fundamento de la lógica binaria para la prole. A esta lógica binaria se oponen algunos miembros del Colectivo GLBTI, porque la consideran “atentatoria contra los derechos humanos, sexuales y reproductivos”. Esta impugnación de la lógica binaria busca el reconocimiento oficial de la existencia de otros géneros (además del masculino y femenino); pero dicha impugnación confunde un factor determinante para el desarrollo del pensamiento en nuestra especie, con el derecho que todo adulto tiene para asumir la orientación sexual que prefiera. Por algo Jacques Lacan señalaba que en los baños públicos solo hay dos puertas para elegir, al margen de la orientación o identidad sexual de cada persona.