Por Jorge Barraza (jbarraza@uolsinectis.com.ar)
.- El narrador de Fox Sports gritaba "¡Hazaña...! ¡Hazaña del Emelec...! José Luis Quiñónez había logrado transformar el sufrimiento en proeza con ese cabezazo matador en el minuto 93. El Defensores del Chaco estaba sumido en un mar de estupor e incredulidad, casi atontado.

Marcelo Fleitas se arrodillaba agradeciendo al cielo, los suplentes saltaban y gritaban. Y a lo lejos habría miles de hogares guayaquileños y ecuatorianos revolucionados, sobrecogidos por la emoción. Emelec había vestido de gesta su victoria.

Uno de los hinchas emelecistas de ese grupito que se atrevió a ir Asunción, de esos devotos que creyeron, ya no podía gritar más, apenas se agarraba la cabeza y lloraba. Se lo veía extenuado, el pecho queriendo estallarle de alegría.

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Lo entendemos, lo hemos vivido. En ese momento se nos pasa, en segundos, una película intensa y preciosa: la infancia, uno yendo a la cancha de la mano de papá, con los primos, los amigos... El Capwell, las risas, las broncas, los recuerdos, las atajadas del Ñato García, los goles del Cuqui Juárez... Todos los próceres, el Pibe Bolaños, el Flaco Raffo...

Los títulos ganados, las fotos pegadas en las paredes de la habitación, las chanzas proferidas y recibidas en la escuela, en el trabajo, el hinchismo por unos colores queridos... Es la película de nuestras vidas compactada en segundos. Y uno no sabe qué hacer... Quiere gritar, abrazarse, llorar o, como ese hincha, entregarse mansamente al cansancio que generan las turbulencias del alma, esa caña fuerte que bebemos de un trago y nos sacude las fibras interiores para dejarnos luego tendidos, exhaustos. ¿Qué tendrá el fútbol que nos pone así...? ¿Quién inventó este juego...?

Si en ese momento viene Angelina Jolie y nos dice "te amo", somos capaces de decirle "volvé otro día". Estamos como locos, idos, extasiados, lo único que importa en ese instante mágico es el triunfo épico, sorprendente, soñado aunque no esperado... Les pasó a los de Independiente frente a Boca hace tres semanas, a los vascos del Athletic ante el Manchester United, a muchos últimamente.

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Olimpia 2, Emelec 3, infartante... Con el plus de que ocho días antes venía de otro antecedente feliz e igualmente dramático: Emelec 3, Flamengo 2, ambos logrados a punta de entereza, de corazón y de fe. Ambos cuando ya se bajaba la persiana del partido, en ese momento angustiante en que uno tambalea sobre el precipicio de clasificar o ser eliminado.

Estábamos persuadidos de que era un grupo accesible para Emelec. Y de que podía ganar en Paraguay. Era cuestión de acudir mentalizados, con ambición. Con la actitud que supo infundirle Marcelo Fleitas. No conocemos a Fleitas, ignoramos su capacidad, pero un técnico que puede poner sobre el rectángulo un equipo con el espíritu que exhibió Emelec en los dos últimos juegos de Copa, alguna virtud tiene. Hay un mérito allí.

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Luego está la encomiable gestión de los jugadores, naturalmente, que supieron sobreponerse al infortunio de los goles perdidos, de jugar bien y no ver cristalizado en triunfo ese buen accionar, de ponerse en ventaja después de haber luchado tanto y que les empaten en el minuto 92... El temple de volver a ir por la victoria cuando ya dan ganas de bajar los brazos y rendirse.

Se nos ocurre pensar en todas las alegrías que pudo haber dado Mondaini a Emelec. Seis años estuvo fuera, deambulando de club en club, después de haber dado muestras de que podía ser un gran jugador y un ídolo del Capwell. ¿Por qué no se adquirió su pase en aquel momento...? ¿Por qué siempre se piensa en chiquito...?

Imposible de omitir: el partidazo que jugó Gaibor, los tres golazos, pero sobre todo el cabezazo final de Quiñónez. Sacó medio metro en el salto y mató con el cabezazo. Brillante e inolvidable gol del zaguero.

Ahora viene lo más difícil. Emelec clasifica como segundo de grupo y, por los puntos alcanzados, seguramente deberá enfrentar en octavos de final al mejor de los primeros, o tal vez al segundo mejor, que pueden ser varios todavía: Fluminense, Corinthians, Vélez Sarsfield, Nacional de Medellín, Santos (está más fuerte este año que el anterior, que fue campeón). En cualquier caso, deberá ganar adentro y hacerse muy fuerte afuera para poder pasar. Para Emelec, los octavos van a ser más difíciles que los cuartos porque allí deberá medir sí o sí al número uno de los clasificados. En cuartos, si pasa, le puede tocar un segundo.

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Pero esa es otra historia. El capítulo que cerró el jueves se escribe con letras de oro. Es el tipo de victorias que hacen grande a un club, que conquistan hinchas nuevos, que despiertan admiración y respeto ajeno, un golpe internacional para que el continente sepa que cuando se juega contra Emelec hay que cuidarse.

Estamos viendo un fútbol bellísimo, de goles y de situaciones infartantes en el cual todos quieren ganar. ¡Salud, fútbol actual...! ¡Salud, Copa Libertadores...! ¡Salud, Emelec...!