Doce artistas aparecieron en escena, pero no todos al mismo tiempo. Hubo dúos, tríos y grupos de cuatro a seis personas, pero en ningún instante el escenario quedó solo.

Desde el primer acto el espectáculo Oyster, procedente de Israel y cuya primera función gratuita en Guayaquil se ofreció el pasado lunes en el Teatro Centro de Arte, invitó al público –que llenó la sala– a un mundo fantástico, en el cual arlequines, muñecas y malabaristas experimentaron estados de ánimo que transmitieron con fuerza a los espectadores.

Los artistas, que demostraron ardua preparación en tres disciplinas: danza, teatro y circo, escenificaron distintas situaciones, que no tenían por objetivo conectarse entre sí, sino demostrar que hay ocasiones en que hasta en los mismos sueños hay hechos poco comprensibles o verosímiles.

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A través de uno de los principales recursos técnicos del espectáculo, los asistentes recorrieron por distintas latitudes. Se trató de la música que acompañaba la representación del momento y a veces se imponía para que los artistas bailaran una determinada coreografía ya sea de géneros como el mambo, tango y hasta ópera.

Sesenta y seis focos colocados adelante del escenario simularon la silueta de las cortinas del teatro, mientras que atrás, casi al fondo del tablado, treinta y tres focos fungían de cortinaje posterior.

Inbal Pinto y Avshalom Pollak, creadores de Oyster, jugaron sobre el escenario con las luces. Los contrastes de claridad-oscuridad permitieron determinar qué personaje o personajes adquirían mayor importancia en cierto momento de una historia.

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El espectáculo, ofrecido por el Consulado General de Israel en Guayaquil, duró una hora; y el público, que entró y salió del teatro en orden, se mostró satisfecho de lo visto.

Íngrid Tutivén, de 33 años, quien acudió con familiares y una amiga, dijo que este show “te saca del mundo real y te traslada a la imaginación, se parece a la película Dr. Parnassus que también te hace soñar”.

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El actor y bailarín Mario Suárez, de 34 años, explicó que el elenco de Oyster demostró “cuántas posibilidades se pueden trabajar con el cuerpo y lograr contar fragmentos de historias fantásticas”.