Creo que todos los amantes del fútbol estamos tranquilos y contentos por la reanudación del campeonato nacional.

Se llegó a un acuerdo entre los árbitros y la dirigencia de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, condicionado por supuesto a que el próximo miércoles el Congreso Extraordinario cambie su desacertada decisión de mezclar papas con cebollas cuando resolvió el pasado 9 de enero que la Comisión Académica designe a los asesores que evalúen el trabajo de los árbitros.

Se sustituyó a la Comisión de Arbitraje que está conformada precisamente por gente que sabe de arbitraje, entre ellos, exjueces. A un dirigente lo juzga otro dirigente; a un árbitro, otro árbitro. Así es en el mundo del fútbol. Pero por si quedan dudas de que los árbitros tienen razón en sus reclamos debemos hacer un análisis, aunque no sea muy profundo en razón del espacio que disponemos.

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El fútbol serio, el que atrapa multitudes, el que genera partidismos apasionados tiene sus componentes imposibles de evitar. Una pelota con peso, tamaño y calidad reglamentada; reglas de juego; número de futbolistas; canchas de tales y cuales medidas y condiciones; árbitros que mediante reglas hacen que el juego se pueda practicar seriamente.

Así, balón, cancha, futbolistas, reglamentos y árbitros son indisolubles, no se puede prescindir de ninguno de ellos. A lo anterior se suman dirigentes y autoridades que configuran estructuras locales, nacionales, internacionales y mundiales. Se podría resumir que las diferentes escalas dirigenciales todas, provienen de las génesis más primarias que son los clubes, antecedentes inmediatos de autoridad.

Pero volvamos a los planteamientos de los párrafos anteriores de esta columna, donde el árbitro es parte constitutiva del juego. Es más, sin árbitros no hay juego serio.

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¿Qué ha pasado, o ha venido pasando con el arbitraje ecuatoriano? Que, palabras más, palabras menos, se los considera “un mal necesario”. El árbitro nacional es la última y mala palabra, por lo que hay que preocuparse y es más, no hay que preocuparse mayormente. ¿Las necesidades de los árbitros? Que se las arreglen ellos. Y si osan pedir algo los tratan como elementos secundarios que no merecen preocupaciones.

Sin embargo, cuando los árbitros se cansan de marginaciones y tratos despectivos no hay juegos. Eso genera problemas fundamentales y serios a los equipos, futbolistas y aficionados de nuestro deporte.

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¿Significa que a los jueces hay que darles gusto en todo lo que aspiran? Por supuesto que no, pero hay que atenderlos y no permitir que un Congreso de la FEF se vaya contra lo que organismos superiores demandan: a los árbitros solo los pueden juzgar quienes han sido árbitros idóneos e históricos.

No puede ser que una dependencia que se llama Comisión Académica debe designar a los asesores que evalúan a los árbitros, sustituyendo a la Comisión Nacional de Arbitraje que está conformada precisamente con gente que sabe de arbitraje, entre ellos, exréferis.

Esa equivocada decisión del mencionado Congreso Ordinario de la Ecuafútbol se fue contra todo sentido lógico y reglamentario, porque desconoce uno de los articulados de la Comisión de Arbitraje, tanto como lo disponen la Conmebol, la FIFA y la tradición misma del fútbol ecuatoriano.

Mientras en el mundo del balompié las Comisiones de Arbitrajes funcionaban sin problemas, en este país costó muelas crearlas en 1973 para que después las eliminaran y pocos años después volver a crearlas por mandato y sugerencia de la Conmebol. Toda una vergüenza internacional y ahora un Congreso Ordinario de fútbol quiso limitar su funcionamiento. Otra vez una vergüenza.

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Ratificamos que nos alegra el acuerdo previo con los árbitros y estamos seguros que la dirigencia de la FEF conseguirá que el Congreso Extraordinario resuelva favorablemente el pedido justo de algo que se pudo haber impedido a tiempo; la paralización que afectó el normal desarrollo del torneo nacional.

Pero, ¿por qué no se tomaron medidas para impedir que el congreso de enero aprobara un absurdo? No lo entiendo y entonces ahora le tiran el muerto a los árbitros, porque es lo más fácil. “Tras cuernos palos” dice una sentencia popular.