Por Jorge Barraza (jbarraza@uolsinectis.com.ar)
.- Cuando los equipos visitantes se encaminan al campo de juego de Anfield, el legendario estadio del Liverpool, se topan en el túnel con un cuadro que contiene el escudo del club y la leyenda "This is Anfield" (esto es Anfield), colocada estratégicamente para que los forasteros recuerden donde están, algo así como "aquí manda el Liverpool y nadie se hace el loco".

Y ayer los futbolistas del Manchester United tomaron real conciencia de lo que es Anfield: perdieron el clásico faltando 2 minutos y quedaron eliminados de la competencia más antigua del mundo: la FA Cup, o Copa Inglesa. Los hinchas rojos lanzaron (y sintieron a la vez) el maravilloso rugido de los grandes goles, de los triunfos memorables. Es el sonido de la gloria.

Memorable fue, en realidad, toda la semana para el club de la ciudad de Los Beatles. Redonda. El miércoles pasado eliminaron por la Carling Cup (Copa de la Liga) al líder del campeonato, Manchester City. Y ayer al escolta y vecino, el United. Lejos de la puja por el título en la Premier League, el Liverpool necesita siempre brindarle alegrías a su fantástica hinchada y por eso le apunta con todo a las dos copas, que en Inglaterra son muy codiciadas, sobre todo la FA Cup.

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Liverpool-Manchester United, la máxima rivalidad futbolística de Inglaterra, se ofrecía como un gustoso desayuno de sábado. Desde luego, no pudimos resistirlo. Un ambiente impresionante rodeó el gran clásico del país de los inventores del fútbol.

Liverpool sin Luis Suárez (aún suspendido), sin el brasileño Lucas Leiva (lesionado), con Bellamy y Kuyt en el banco. Ferguson con varias bajas estelares como Nani, Rooney, Vidic, Owen, Fletcher, todos en la enfermería, y con Berbatov y Chicharito Hernández como reservas. Pese a ello, ambos salieron con dos equipos supercompetitivos, lo que demuestra la riqueza de los planteles y cómo pueden afrontar tantas competencias al mismo tiempo.

Partido a la inglesa, sin filigranas, pero jugado a fondo. Se puede ganar o perder, pero es obligatorio echar el resto en cada trabada, en cada cabezazo, en todas las corridas. No hay lugar para flaquezas. La vibración está garantizada. Habrá de qué hablar en los pubs. Liverpool sacó ventaja mediante un valiente cabezazo del danés Daniel Agger, zaguero centro ideal para el fútbol inglés: fuerte física y anímicamente.

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Igualó el United con un golazo fantástico: combinación de Carrick para Antonio Valencia, el ecuatoriano de taco (magistral) para el brasileño Rafael; este le gana en velocidad al español José Enrique, desborde, preciso centro atrás y el coreano Park, disfrazándose de Gerd Muller, mimetizándose con Van Basten, la empala de primera y la clava abajo, junto al palo izquierdo de Reina. El gesto técnico de Park fue fantástico: uno de los actos más difíciles del fútbol es impactar el balón en movimiento cambiándole 90 grados la dirección y darle semejante precisión. Jugada preciosa, definición divina.

El empate ponía justicia, los rojos de Manchester (esta vez de azules) dominaban y tenían más lucidez gracias a Tony Valencia, quien ya a los 17m había edificado un jugadón: limpió el camino de rivales -se abrió entre tres- y mandó un balazo rasante que dio en un poste. Hubiese sido otro golazo.

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A Liverpool lo empujaba su gente, la localía, su grandeza, aunque carecía de creación en la zona donde se hornea el fútbol y adelante solo tenía a Andy Carroll, un delantero por el que acaba de pagar la insólita suma de $ 54 millones al Newcastle (el doble de lo que desembolsó por Suárez). Es un muchacho apenas voluntarioso, con cierta potencia en el juego aéreo, pero con poco gol y nada de desequilibrio. No tiene el mínimo dominio de pelota que se le puede exigir a un jugador de primera división. Inentendible el dineral invertido. Y para Kenny Dalglish es titular siempre. Más ahora que no está Suárez (festejó a lo loco en la tribuna).

Valencia se dividió el cartel de figura con el eslovaco Martin Skrtel, una muralla defesiva. Skrtel es un mastín impasable. Es la contrafigura del violento Pepe. Posee un vigor y una determinación notables, pero no pega una patada, va siempre a la bola, como debe ser. El ecuatoriano está en un momento brillante de forma, muy lúcido y agresivo en su juego.

Agonizaba el clásico cuando el holandés Dirk Kuyt perforó el arco del español De Gea con un derechazo magnífico, el que también exhibió una técnica de remate deliciosa. El festejo duró hasta mucho después del último pitazo. Son las victorias grandes, esas en que la gente no se quiere ir del estadio. La mañana del sábado estuvo bien invertida: partidazo.