Por Jorge Barraza (jbarraza@uolsinectis.com.ar)
.- Un inepto y cobarde capitán de barco y un zaguero violento, que redujo el mote de leñero a una expresión simpática, afable casi, se robaron el protagonismo de la prensa mundial esta semana. El primero es el italiano Francesco Schettino, que estrelló contra una roca el crucero que le confiaron para llevar de paseo a 4.300 personas y rápidamente se puso a salvo en un bote salvavidas ("¡Schettino, las mujeres y los niños primero...!).

El segundo, el brasileño nacionalizado portugués Képler Laveran Lima Ferreira, Pepe, quien una vez más, en su impotencia perdedora frente al Barcelona, apeló a su vasto repertorio de salvajadas para tratar de amedrentar a sus rivales por el mero pecado de ser superiores. Entre ellos, un condenable pisotón a Messi en la mano cuando este estaba caído a causa de un trancazo de Callejón.

Ambos lograron un efecto similar: Schettino hundió el Costa Concordia y, posiblemente, a la empresa de cruceros en la que se desempeña. Pepe mandó al fondo del mar de la opinión pública al Real Madrid, que viene de una extensa lista de episodios de agresividad, vehemencia exagerada y antifútbol, acentuada desde que lo dirige el DT portugués José Mourinho.

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El miércoles, el Madrid volvió a perder en su Santiago Bernabéu ante el Barça, otra vez fue vapuleado por el cuadro catalán y nuevamente cayó en el desenfreno de la ira. No fue apenas Pepe el desquiciado. Los portugueses Ricardo Carvalho y Fabio Coentrao, el brasileño Marcelo, el francés Lass Diarrá y los españoles Sergio Ramos y Xabi Alonso salen habitualmente con él de cacería, aunque con menos saña o más disimulo. Xabi Alonso asume la actitud del monaguillo, pero adhiere a la tala indiscriminada.

El Real Madrid ha sido siempre una nave de vanguardia en el fútbol mundial, ponderado, admirado y prestigioso. Ejerce una fuerte influencia para el resto de los clubes. Millones de aficionados en todo el planeta siguen semanalmente sus partidos. Es un formador de opinión, de estilos, un espejo en el que muchos se miran. Cualquiera puede cruzarse en una calle de Japón, México o Finlandia con un joven que luce la venerada casaca blanca.

No obstante, en los últimos años ha echado al agua gran parte de su imagen positiva con actitudes arrogantes, altaneras, prepotentes y un fútbol áspero en aras de una tonta frase que, de tanto propalarla, terminó haciéndose consigna, carne y obsesión: "El Madrid tiene que ganar todo siempre". Nadie tiene que ganar todo siempre. Nadie puede. A ninguna mente sensata se le ocurriría exigirle algo semejante.

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Además, no se trata de ganar. Es altamente posible que el Real Madrid conquiste la actual Liga española, en la que lleva cinco puntos de ventaja, muy difíciles de descontar porque entre los dos grandes y el resto de los equipos hispanos hay diez elefantes en fila. Pero eso no le devolverá prestigio ni gloria: apenas le sumará una estrella en su palmarés.

A millones de kilómetros de distancia en actitud, el DT y los jugadores barcelonistas están escribiendo uno de los capítulos más sublimes de la historia del fútbol con sus magníficas condiciones, pero mucho más con su caballerosidad, su sentido estético del juego, el respeto a jueces y rivales, con declaraciones medidas, respetuosas.

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No se trata apenas de jugar mejor, sino de hacer globalmente un fútbol mejor. Este juego está construido de valores, en él confluyen el mérito, la valentía, la lealtad, el decoro, todo eso que, en conjunto, llamamos deportivismo. El Santos también fue goleado por el Barça en el Mundial de Clubes, pero cayó sin dar una patada, hasta felicitó a su vencedor en las declaraciones posteriores. Fue un contendor digno.

El Real Madrid, extraordinaria institución, ha elegido el insólito camino de manchar su imagen una y otra vez. Su presidente, enarbolando la bandera del respaldo al entrenador (porque ahora respaldar al técnico es ser serio, haga lo que haga el otro, una estupidez total), le ha entregado semejante club a Mourinho y a un grupo de depredadores a los que, además, les paga cientos de millones de euros al año. Y ha perdido el mando. En el vestuario, Florentino Pérez no puede ni pedir pasar al baño. Pepe puede pisarle la cabeza a los rivales que quiera y el presidente no puede ni abrir la boca: se le ponen en contra y bueno, bueno...

Esta gente confunde virilidad con agresividad. Coraje hay que tener para pedir la pelota y llevarla adelante, para enarbolar una idea y mantenerla a rajatabla contra todos y en cualquier circunstancia, para enfrentar al que viene directo a pegar y no a marcar. Hombría para no fingir una falta inexistente, para aceptar la derrota. Lo más fácil del mundo es pegar.

El fútbol ha tenido cantidades de rompehuesos, pegadores y desleales. El vasco Goicoetxea iba directo al tobillo y tenía precisión quirúrgica; Claudio Gentile, que hoy ni jugaría ni un minuto... Aguirre Suárez, un hachero terrible... El uruguayo Ubiña, que era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta... (Agregar sal a gusto). Pepe los ha santificado a todos. Es diez veces más. Pero no está solo en este Madrid, lo acompañan varios. Y el club y los hinchas (no todos) hacen mutis por el foro.

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Schettino dijo que no huyó del barco, que, por el contrario, ayudó a salvar miles de vidas (del choque no dice nada). Pepe declara que el pisotón no fue intencional (de sus otras canallescas acciones tampoco hace mención). También en esto se parecen: nadie les cree.