A través de la historia mundial han existido nadadores que han dejado su marca de una u otra manera y uno de mis favoritos es el expresidente de Estados Unidos, John F. Kennedy.

El exmandatario, durante sus años de estudio en la prestigiosa universidad de Harvard, fue miembro del equipo de natación entre 1937 y 1938 y su entrenador fue Bob Muir, quien sería años más tarde el responsable del equipo olímpico de natación de EE.UU. en los Juegos Olímpicos de Melbourne (Australia) en 1956. La capacitación y determinación que exhibió el joven Kennedy en sus prácticas como nadador le sirvieron posteriormente.

EE.UU. entró a la Segunda Guerra Mundial, tras el ataque japonés a Pearl Harbor. Durante la noche del 1 al 2 de agosto de 1943, la lancha torpedera PT-109, que manda John F. Kennedy como teniente, se integra en una flotilla de otras naves. Tienen la misión de interceptar los buques de transporte nipones, que cargados de tropas se dirigen desde Rabaul (Papúa-Nueva Guinea) a la isla de Nueva Georgia. Como de costumbre, la lancha había partido en misión de vigilancia.

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En el barco de guerra japonés Arnagiri, el capitán Kahii Hanami ve la silueta de la PT-109, que se recorta en la oscuridad de la noche. Entonces ordena avanzar a toda máquina para embestirla; un sobreviviente de la torpedera narra lo que ocurrió en esa fecha.

“Escuché el grito de alarma y salté al agua en el momento en que la proa del enemigo nos partía en dos. Después me encontré en el mar, rodeado de llamas y explosiones. Dos minutos más tarde el teniente Kennedy llegó hasta nosotros, aferró al marinero MacMahon y lo arrastró. Después me tomó a mí y me sostuvo, mientras yo me sacaba los zapatos y me ajustaba el salvavidas. Enseguida traté de nadar, pero comprobé que no podía mover la pierna izquierda. ‘Iremos hasta aquella isla que se ve allá’, dijo Kennedy mientras indicaba un punto distante a unas tres millas. Tendremos que nadar hasta allí. ‘Yo llevaré a MacMahon’. Todo esto lo dijo con absoluta calma, como si hablara del tiempo...”.

“Pasó una hora. Kennedy llevaba entre los dientes una de las tiras de mi salvavidas y así me arrastraba, lentamente. Yo flotaba de espaldas, pensando que aquel muchacho huesudo y aparentemente debilucho no llegaría muy lejos. Por momentos, Kennedy se detenía y yo lo escuchaba toser. Después volvía a nadar, arrastrándome”.

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“Habían pasado ya diez horas desde el instante en que nos habían hundido, cuando escuché la voz del teniente que decía: ‘Muchacho, llegamos...’ después de muchas peripecias logró contactar a unos nativos a los cuales Kennedy les dio un mensaje escrito en un coco, que fue llevado a un vigía australiano. Este respondió a la llamada de auxilio y envió una canoa al sitio para que Kennedy vaya y se ponga en contacto con la base naval para que le envíen una lancha y pueda ir a buscar a sus compañeros, que están en la isla donde los dejó”.

Gracias a sus conocimientos de natación competitiva John F. Kennedy pudo salvar a casi toda su tripulación, excepto a dos que se hundieron con la nave. Fue condecorado con la medalla Corazón Púrpura y la Medalla de la Armada y del Cuerpo de Marina.

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Esta heroica acción lo convirtió en un héroe de guerra y lo ayudó a lanzar su carrera política como senador y que culminó con la obtención de la presidencia de EE.UU.