“Hoy aquí aprendimos a jugar al fútbol”. La frase, humilde, acertada, pertenece a Neymar. La pronunció apenas concluido el concierto que el Fútbol Club Barcelona había brindado al mundo en Yokohama, para deleite de todos los que amamos este juego. Enaltece a Neymar su modestia. Y el haberla dicho empapado aún por la congoja de la cruenta derrota 4 a 0. (¡Menos mal que fueron cuatro nada más...!). Nunca un equipo sudamericano había perdido por tan abultado marcador en una final del mundo. Jamás había sido superado de esta forma.

Muchos observadores centraron sus análisis en las diferencias actuales entre el fútbol de Europa y el de Sudamérica a nivel de clubes, debido a los presupuestos astronómicos que manejan del otro lado del agua. No lo compartimos. Estas palizas el Barça las da todas las semanas a los equipos españoles –incluido el Madrid, con el plantel más costoso del mundo– y a los del Viejo Mundo que lo enfrentan por la Champions League.

Al Real Madrid, con toda la violencia de Pepe, Marcelo, Sergio Ramos y compañía, le ha hecho de a cinco en el Camp Nou y de a seis en el Santiago Bernabéu. Al Manchester United lo noqueó en la final de Europa. Y no es sudamericano. Al Arsenal lo ha goleado. No es una cuestión de continentes. Abochorna a todos sus rivales, sean de donde sean, con presupuesto o sin él.

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Si se quisiera armar una selección del resto del mundo con los mejores de todos los demás clubes y darles seis meses de entrenamiento para desafiar al Barça, el equipo de Guardiola le haría seis goles y no le dejaría tocar la pelota. Santos es, apenas, una víctima más.

Las estadísticas de Barcelona-Santos dicen que el equipo catalán tuvo 71% de posesión de pelota. Quién sabe, se nos ocurre que más...

Estamos frente a un equipo de leyenda, capaz de tomarse dos días libres en Tokio para pasear en familia, con las esposas y novias, conocer el metro japonés, comer con palitos, hacer el amor, comprar regalitos y luego aplicarle una tunda memorable al Santos, que jugaba el partido de su vida y aguardaba concentrado en el hotel.

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Es tan hermoso, tan suficiente, tan implacable el juego de este ballet azulgrana que parece dejar espiritualmente vacíos a sus rivales. No solo quedan con la amargura de la derrota, es algo más, les baja la autoestima, los convence de haber luchado, y caído, contra una fuerza sobrenatural e invencible. Los deja con la certeza de ser menos.

¡Qué ambición la de este grupo de jugadores! Ganan un título tras otro, juegan dos veces por semana y mantienen el deseo irrefrenable de una nueva conquista, de volver a encantar y a disfrutar jugando. Se nota en la satisfacción plena cada vez que una gran jugada colectiva concluye en la red adversaria. Ríen como chicos después de una travesura fantástica.

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Como expresamos una semana atrás, en este juego apabullante del Barça, la estrella es la idea: el toque como consigna suprema. Y la recuperación. De esto último poco se habla y es tan importante en su esquema como la calidad de sus jugadores y la fidelidad a su estilo. En el minuto 25, Barcelona perdió el balón tras un córner a favor. Como una reacción colérica, fulminante, cinco azulgranas se le fueron encima a Leo, el brasileño que llevaba la bola. Por supuesto se la quitaron y empezaron de nuevo el toque, toque y toque hasta abrir el hueco que permita lastimar el corazón defensivo rival.

Está comprobado que, en promedio, el Barça no tarda más de 7 segundos en recuperar la pelota. Ahí está una de sus claves. La otra, como decimos, es su convicción para jugar al pie. Hay más: su colectivismo. Nadie puede hacer la individual para lucimiento sino únicamente por necesidad.

La cuarta pata es la calidad individual de sus miembros. De Xavi hemos llenado columnas. De Leonel Messi lo mismo. No nos cansa. Nos emociona. Xavi es el fútbol mismo. Es la clase. Es todas las épocas. Conductor genial a la altura de Falcao y Franz Beckenbauer. Merece un Balón de Oro urgente. O dos. Se los quita su amigo Messi, pero los merece. Le hacen un pase imperfecto, la bola lo pasa y entonces saca de la galera el recurso del taco, la baja y pone el pase perfecto, profundo, para que Messi defina con una picada sutil, genial porque el arquero le había tapado todos los ángulos por abajo, solo quedaba una carta: el sombrerito. Y así fue: marche un sombrero para el primer gol.

¿Y Lio...? Cuando se habla de fútbol, Messi está por encima de todas las cosas. Con su seriedad, su humildad, su deseo de ganar. Arranca de media cancha y es el jugador que más llega a posición de gol. El que más anota, el que más asiste, el que más decide en los partidos bravos. El que abre el marcador o hace la jugada clave para abrirlo. El que juega todos los partidos, el que le dan cuatro semanas de vacaciones y se toma tres.

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Párrafo final para Dani Alves. Inmenso. Lo vimos en el Sudamericano sub-20 del 2003. Fue el mejor jugador del torneo. Se la pedía a su arquero y se iba gambeteando hasta el arco contrario. Casi nueve años después hace lo mismo. Juega de lateral, volante y puntero. Pero de los tres al mismo tiempo. Si tuviera gol estaríamos hablando de un superdotado. Otro como Messi, como Xavi, que no se cansa de ganar.

¡Qué fortuna ser contemporáneos de este equipo! ¡Qué alegría haber madrugado para ver este espectáculo inolvidable! No nos perdamos ni un minuto del Barça, estamos viendo la historia.