La frase es de Shakespeare, y se la encuentra en su drama Rey Enrique VI, Parte II, (Acto 4), segunda escena. Allí uno de sus personajes dice: “Lo primero que debemos hacer es matar a todos los abogados…”. Con el correr del tiempo la frase ha sido utilizada humorísticamente para denostar a los abogados como responsables de falta de claridad y hacer de su profesión sinónimo de entuertos.

Sin embargo, como sucede muchas veces con frases célebres la frase de Shakespeare ha sido por lo general sacada de su contexto y su sentido original traicionado. En realidad, la frase es el mejor homenaje que hizo el gran dramaturgo a los abogados. La razón es simple, el personaje que la dice es Dick The Butcher (El Carnicero) que ha entrado en una conspiración con Jack Cade, un rebelde que se apresta a instalar un gobierno tiránico, quien es presentado por Shakespeare como un demagogo. “La primera cosa que hacemos es matar a todos los abogados…”, le dice El Carnicero a Cade como parte del plan. Para Shakespeare, en efecto, los abogados constituían un serio obstáculo para las tiranías, y de allí que en su drama el carnicero propone su eliminación como uno de los primeros pasos a darse.

Más tarde en la misma Inglaterra cuando Oliver Cromwell llega al poder y comienza su política de represión a las libertades públicas, una de las primeras cosas que prohíbe es que más de tres abogados se reúnan fuera de las cortes. Fue un reconocimiento que una de las principales amenazas a sus planes era la legendaria “London Society of Barristers” (Sociedad Londinense de Abogados), y su compromiso colectivo por defender la Carta Magna.

Ni es una coincidencia por ello que siglos más tarde en su ascenso al poder total Adolfo Hitler confirmara las sospechas que los profesionales del derecho inspiran a los dictadores. “No descansaré hasta que el pueblo alemán acepte que ser abogado es una vergüenza”, decía el Führer. Como tampoco lo fue la presión y persecución que sufrieron los abogados chilenos bajo la dictadura de Pinochet, ni el papel casi heroico que jugaron las barras de abogados en defensa de los derechos civiles en los estados del Sur de Estados Unidos.

La importancia que tiene la abogacía en una democracia constitucional tiene larga data. Desde las primeras enmiendas a la Constitución estadounidense a fines del siglo XVIII hasta la Constitución de Montecristi de 2008 ha sido una profesión a la que los textos constitucionales le reconocen una misión especial en el marco de las garantías constitucionales; sin que ello implique desmerecer la importancia de otras profesiones.

En los últimos años a la abogacía se le ha sumado el periodismo en este reconocimiento constitucional. Mientras que en algunas constituciones, como la nuestra, el periodista es expresamente mencionado, en otras –como en la de Estados Unidos– ha sido la jurisprudencia la encargada de darle un estatuto especial.

Que ambas profesiones hoy estén siendo acosadas no es tampoco coincidencia.