Por Jorge Barraza (jbarraza@uolsinectis.com.ar)
.- "Lo teníamos y lo dejamos ir, solo a nosotros nos pasa esto". La partida de Marcelo Bielsa, en Chile, aún es lamento nacional, reactivada ahora por la borrascosa marcha de su selección (10 goles en contra en los 3 primeros partidos) y por la revolución futbolística que está gestando el DT rosarino en el Athletic de Bilbao, convertido ya en objeto de culto por la nación rojiblanca.

"Que no se vaya nunca", suplican los hinchas en Perú en referencia a Sergio Markarián, la envidia de cualquier político: su grado de aceptación es del 100 por ciento en el país. Hasta se venden ingeniosas estampitas con la imagen del orientador uruguayo vestido de santo y la leyenda "San Markarián". Al dorso, una plegaria simpatiquísima: "Oh, san Markarián. Tú nos devolviste la ilusión / Vimos nuevamente la luz del gol y cantamos victoria / El 3º puesto en la Copa América nos hace soñar / Por eso, san Markarián a ti venimos nuevamente / Es necesaria tu intervención divina: llévanos al próximo Mundial. Amén".

La ocurrencia demuestra la importancia de un gran conductor. Algo similar ocurre en Uruguay con el Maestro Óscar Tabárez: "Entrar con mi esposa en un restaurante, que en todas las mesas se pongan de pie y comiencen a aplaudir es algo muy fuerte". No es gratuito: son hombres que han hecho felices a una nación entera. Está visto: ninguna otra actividad alegra o entristece más a los pueblos que el juego de la pelota.

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Algo similar sucedió en tiempos cercanos en Argentina con José Pekerman, con el mismo Bielsa; en Bolivia con el vasco Xavier Azkargorta; en Brasil con Felipao; en Paraguay con Gerardo Martino.

Son gente que generan una corriente de tranquilidad: el público tiene la certeza de que el equipo sabrá responder, que tiene idea de cómo jugar. Hay una percepción generalizada de sentido común, de sabiduría, de inteligencia que baja desde el entrenador hacia la ciudadanía futbolera.

En los tiempos del gran Santos de Pelé el técnico era Luis Alonso Pérez Lula, quien no había sido ni futbolista ni técnico, era un taxista de la ciudad de Santos que adiestraba equipos infantiles en la playa. Un día se vio con el buzo de DT en el equipo más preciosista del siglo veinte. "Es un gordo bonachón que se lleva bien con los jugadores. Pero no tiene incidencia en las cuestiones tácticas", decían. Es posible que un plantel de estrellas mejorara a un técnico. Pero eso quedó en el pasado. Hoy el fútbol es como nunca un juego de conjunto. Sin un guía inteligente, una pléyade de luminarias fracasaría.

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En cambio, un líder inteligente puede mejorar a un plantel discreto, con trabajo, mística, ingenio, preparación física y estudio.

"Los que ganan y pierden los partidos son los jugadores". La frase fue instaurada hace tiempo, justamente, por los jugadores. Un técnico amigo, irritado por el pésimo desempeño de sus dirigidos en un primer tiempo, los emplazó: "¿Ustedes no dicen que son los que ganan y pierden los partidos...? Bueno, entonces vayan y ganen..."

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La frase aquella quedó desactualizada. El fútbol, como decimos, es más complejo hoy que hace 30 o 40 años, sobre todo es más colectivo, muy táctico, y está visto que, sin un buen entrenador, no hay equipo. Y sin equipo no hay individualidades que alcancen. Un caso testigo es Lionel Messi. Otro, Juan Ramón Riquelme. Grandísimos cracks que no han logrado darle un título aún a la selección de Argentina.

"Los cuatro fantásticos", como llaman hoy en Perú a Juan Vargas, Jefferson Farfán, Paolo Guerrero y Claudio Pizarro, están desde hace dos eliminatorias. Y Perú salía último. Tuvo que llegar un extraordinario estratega y motivador para hacerlos ganar. Sin su guía, ellos no podían. Uruguay alumbró otras camadas de notables futbolistas, dilapidadas por la falta de un líder como Óscar Tabárez. Lo de Chile es más gráfico todavía: fracaso-fracaso-Bielsa-¿fracaso.?

Tampoco es que Markarián, Tabárez o Bielsa fueron parte de "un proceso a largo plazo", como se proclama pomposamente. Nada que ver: asumieron, rápidamente taparon los huecos por donde el barco hacía agua, enderezaron el rumbo y navegaron con éxito.

Es cierto: los jugadores ganaban y perdían los partidos. Antes.

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