Durante el abanderamiento de los deportistas ecuatorianos que competirían en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, en su discurso el ministro del Deporte, José Francisco Cevallos, hizo una remembranza de todos los campeones panamericanos. Empezó con Jacinta Sandiford Amador, la primera medalla de oro de Ecuador en el torneo inicial, en 1951, en salto alto. Eso me hizo recordar el día en que conocí a Jacinta.

Fue en el mirador del cerro, donde queda Ecuavisa. Habíamos sido invitados para una entrevista en el ‘Show de Bernard’, con motivo de un aniversario de la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de 1971, en Cali. Ecuador solo tenía otra presea dorada, lograda 20 años antes, en Buenos Aires. Fue una buena excusa para reunir a los dos únicos medallistas de oro panamericanos que había, hasta ese entonces.

Estábamos en el mirador cuando mi papá me la presentó: “Hijo, esta es Jacinta Sandiford, ganadora de la primera medalla de oro panamericana”. Yo esperaba a una espigada atleta, pero el tiempo no perdona. De contextura gruesa, cabello corto y apretado, tenía la mirada esquiva, su caminar era lento y su voz tímida. Con Jacinta cruzamos unas pocas palabras.

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Mientras se realizaban los preparativos para la entrevista, con mi papá, que es un apasionado de los deportes, la mirábamos y la escuchábamos. Con mucha elocuencia y gesticulaciones nos contó cómo había sido su triunfo en 1951. Nos dijo que de entrada había pedido la vara a la altura de 1,35 metros, los cuales superó con facilidad. Luego vino el 1,40 metros y le siguió la altura de 1,45 metros, que los superó en el primer intento. Sus rivales debieron emplear dos y hasta tres intentos para poder pasar la marca. Al final vendría el salto 1,50 metros de Jacinta, que nadie igualó. Entonces los jueces le dieron a ella el triunfo.

Al retornar al Ecuador la campeona fue la primera persona en descender del avión y ovacionada por el pueblo. Entonces vinieron las fotos, entrevistas, reportajes y muchas, como siempre, muchas promesas que nunca se cumplieron.

Su carrera deportiva fue fugaz. Mientras se preparaba para su siguiente participación como seleccionada ecuatoriana, durante los entrenamientos comenzó a sentir una molestia en la pierna izquierda, malestar que se agudizó derivando en una apendicitis, que fue operada a la brevedad posible.

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La pierna con la que tomaba impulso para sus saltos aparentemente no volvió a ser la misma y se retiró muy joven. En ese momento el productor de Ecuavisa gritaba “¡todo listo! ¡cámaras, vamos en vivo!”. Así volvimos a la realidad. La entrevista culminó y mi papá se ofrece a llevarla en nuestro auto hasta la calle Julián Coronel, donde pidió que la dejáramos. Nos despedimos con un beso y un abrazo. Jacinta y yo éramos hermanos, lo que las medallas de oro unen nada separa. Ella se alejó sonriente, como lo hacen los campeones, favoreciendo su pierna derecha más que la otra. Se diluyó entre peatones que abundaban por el lugar.

Nunca más volví a ver a Jacinta. No fue sino hasta 1984 cuando supe de ella nuevamente a través de los medios de comunicación. El periodista Leonardo Montoya (Leomon) inició una campaña para construirle una vivienda y aportaron personalidades tanto deportivas como de la empresa privada. Su casa le fue entregada en septiembre de ese mismo año, pero la felicidad del pobre dura poco. Jacinta Sandiford falleció a los 51 años, el 3 de enero de 1987. Nunca se casó, le fue fiel a su amor de su vida, el atletismo, hasta su último día. Vivía gracias a una pensión heredada de su padre, un inglés que había sido maquinista de los ferrocarriles del Estado.

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De sus logros muy pocos se acuerdan. Solo quedan un busto en un parque del cantón Durán y dos placas de agradecimiento en la casa que le dieron, donde hoy habita la viuda de Gilberto Sandiford y sus dos hijos.

Cuanto más tenemos menos damos. Las grandes almas, como la de Jacinta, están siempre dispuestas a hacer de un mal momento una virtud.