Clink, clink, clink. Así sonaba el vidrio de la ventana de nuestro dormitorio en la Villa Panamericana, en Cali 1971. Entre dormido y despierto, instintivamente miré el reloj. Marcaba las 04:00 . Los golpes seguían con insistencia: clink… clink...clink...

Luego se escuchó una voz: “¡Viejo, viejo, déjanos entrar!”. Para ese entonces los deportistas del cuarto, que éramos nadadores y ciclistas, ya estábamos sentados en las camas. Segundos después se escuchó otra voz, esta vez diferente, “ahí vienen. ¡Corre, corre!”.

Todos nos agolpamos en las ventanas para ver qué acontecía. A la distancia corrían dos nadadores perseguidos por un piquete de policías que desaparecieron detrás de una loma, de las tantas que había en el campus de la Universidad del Valle, de Cali, donde estaba ubicada la Villa Panamericana, para aparecer sobre otra loma.

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Nuestro entrenador Guillermo Viejo Morales, como lo llamábamos, se asustó y fue a la habitación del jefe de Misión y lo puso sobreaviso de lo que sucedía. Este, a su vez, despertó a Alberto Vallarino, nuestro dirigente. A través de la pared escuchábamos su enojo y cómo subía de tono su voz mientras le narraba los hechos.

Después se escucharon fuertes pisadas y lo vimos enfilar en la misma dirección por donde habían desaparecido nuestros compañeros. Media hora más tarde aparecieron nuevamente sobre la loma, esta vez seguidos por Vallarino y no por la policía. Cuando entraron en la habitación nadie les preguntó nada, solo se acostaron en sus literas y nosotros hicimos lo mismo; el ambiente era tenso como para preguntar. Un par de horas más tarde, durante el desayuno, ya estaban relajados y nos contaron los detalles del incidente.

Días antes hubo una riña en la Plazoleta Panamericana entre deportistas de dos países porque uno de ellos quiso sustraer, sin éxito, la bandera del otro país como ‘recuerdo’. Dos nadadores de nuestro equipo, que habían estado durante la pelea hicieron un pacto secreto en ese momento de que tendrían éxito en la empresa de la obtención de la bandera cubana, en lo que el gringo había fracasado.

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Para lograrlo tendrían que aplicar ‘picardía criolla’, algo que el otro no poseía. Acordaron que en la noche, burlando la vigilancia de nuestro edificio, saldrían a hurtadillas, sin ningún distintivo que los pudiera identificar. Arribaron al sector de las banderas y con mucho cuidado arriaron el pabellón en cuestión. Cuando ya lo tenían en sus manos un guardia, que fumaba un cigarrillo en la plaza los vio y dio la alarma.

Esto dio pie a una persecución por toda la Villa Panamericana. Cuando los aprehendieron los llevaron a las oficinas del gobernador de la Villa, donde Vallarino los encontró y luego de dar las disculpas correspondientes nuestro dirigente llegó a un acuerdo con las autoridades del lugar para que el incidente no se haga público.

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Sería manejado internamente por el jefe de Misión y los infractores castigados por las autoridades de Ecuador. Todo esto se logró porque en la oscuridad y por los nervios confundieron la bandera de Puerto Rico con la de Cuba.

El emblema fue izado rápidamente, antes de la salida del sol, y el suceso pasó inadvertido para los habitantes de la Villa. A los protagonistas les dieron una fuerte reprimenda y les suspendieron los viáticos por lo que restaba de los Panamericanos.