En los pasados 15 días nos maravillamos, a través de las imágenes en la prensa y en la TV, viendo a nuestros deportistas compitiendo en los Juegos Panamericanos de Guadalajara. El corazón del torneo es la Villa Panamericana, donde se alojan atletas y dirigentes. Cada edición tiene sus anécdotas y yo recuerdo claramente, como si fuese ayer, lo que sucedió en los de Cali 1971.

Ahí ganamos una medalla de oro 20 años después de que la atleta Jacinta Sandiford lograra la primera, en Buenos Aires en 1951, antes de que yo naciera.

Nos encontrábamos haciendo sobremesa luego del almuerzo en el comedor de la Villa Panamericana cuando una algarabía externa llamó nuestra atención. Se trataba de deportistas con uniformes de un país comunista del Caribe que discutían acaloradamente con uno que llevaba en su vestimenta los colores de EE.UU.

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En menos de lo que canta un gallo se fueron a las manos y a la gresca se sumaron más deportistas, entrenadores y directivos de ambos países. A medida que crecía esta aparecían bates de béisbol, chuecas de hockey y otros implementos deportivos útiles como armas contundentes. El incidente cobró tal magnitud que la policía que estaba a cargo de la seguridad no lo pudo controlar. Llegó una unidad de infantería del Ejército colombiano, que acampaba cerca, para separar a los protagonistas y restablecer la calma.

Una vez atendidos los heridos y contusos, empezaron los comentarios y especulaciones ya que nunca hubo una versión oficial del bochornoso hecho. Una de las conjeturas que circuló fue la de que un deportista, que aparentemente había ingerido bebidas espirituosas con sus compañeros, se envalentonó y dijo que se llevaría como ‘recuerdo’ la bandera de Cuba.

Para que su país no se vea involucrado se puso un calentador de EE.UU. que había cambiado con otro atleta. Sin medir las consecuencias que su acción podía acarrear comenzó a cumplir su plan: arrear la bandera cubana que se encontraba en la Plazoleta Panamericana, flameando junta a los demás emblemas patrios.

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Deportistas de la isla vieron cómo su bandera era retirada por una persona que portaba vestimenta de un país tradicionalmente antagonista a su ideología. La reacción no se hizo esperar (no debemos olvidar que estábamos en plena Guerra Fría, el Che Guevara había muerto cuatro años atrás).

Situaciones no deportivas se habían hecho presentes en los Panamericanos de 1971, como deserciones de deportistas en busca de asilo político. Un integrante de la delegación cubana cayó de la azotea del edificio donde se alojaba y murió. Las especulaciones se dieron entre los que habitábamos la Villa temporalmente, tornando tensa la convivencia en esta. La prensa cubrió los acontecimientos en algunos casos y en otros calló.

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Se vertieron diversas versiones sobre su muerte: que había sido lanzado por guardias de seguridad, o que se había suicidado ante la impotencia de no poder desertar de Cuba.

Una vez más, nos damos cuenta de que la política y el deporte no se mezclan. La Guerra Fría terminó y con ella desaparecieron países e ideologías. El vacío dejado por esta en el deporte lo llenó la profesionalización, dando pie a otro tipo de situaciones como el dopaje.