Quien no ha entrenado a las 5 de la madrugada no se puede considerar un verdadero nadador. Hacerlo en ese horario es como para el adolecente enamorado dar su primer beso. Nunca se olvida esa experiencia.

En estos días que estoy nuevamente acompañando a mi hijo para que entrene en la madrugada, recuerdo la primera vez que yo lo hice. Tenía 14 años y en las prácticas de la tarde, en mi club, escuchaba hablar siempre de esta actividad a los nadadores mayores.

Contando ya con la edad suficiente para hacerlo, todo quedó coordinado para realizarlo por primera vez. Para despertarnos mi papá había conseguido un radiorreloj despertador, el cual programó para que sonara a las 04:30 en una emisora que transmitía a esa hora. Nos acostamos muy temprano y para las 22:00 todo el mundo en casa ya estaba en cama. Me fue difícil conciliar el sueño por la emoción de lo que iba a hacer.

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Lo siguiente que recuerdo fue el salto que di cuando escuché las notas del Himno Nacional tocarse a todo volumen. No creo que fue el único que brincó en la cama, sino los vecinos también. Inmediatamente nos vestimos, tomé el uniforme del colegio Vicente Rocafuerte, mis libros y mis implementos de natación; previamente habíamos acordado recoger a Guillermo Morales, el entrenador del Guayaquil Tenis Club, y a su hijo apodado Picho, que vivían por el estadio Capwell.

Es curioso cómo a esa hora de la madrugada los sonidos parecen prolongarse para siempre. El rocío se siente en la piel, el olor al pan recién horneado de las panaderías por las que pasábamos inundaba el ambiente. Una vez que culminamos el recorrido nos encontramos con los demás nadadores que nos esperaban en la puerta para darle “para las colas al guardián” para que nos dejara entrar y comenzar la práctica. Fernando González llegaba caminando porque vivía cerca, Daniel venía de Urdesa con su papá, el mayor Pinargote.

Como estaba muy oscuro todavía el entrenamiento comenzaba con una sesión de calistenia, trote, alternado con conversaciones y bromas. También sacábamos las cucarachas de agua de la pileta, que en esa época parecían pequeñas tortugas por lo grandes que eran.

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Esperando también que el penetrante olor del cloro se disipe con los primeros rayos de sol, de pronto se escuchó un ruido que aumentaba y la mañana parecía iluminarse: era los vapores encendidos que salían de los escapes de los motores del Douglas DC-3, de SAN, que volaba a Loja en la madrugada y pasaba sobre la pileta. El mayor Pinargote, que era piloto, comentaba: “va retrasado”.

No había terminado de hacer el comentario cuando caímos al agua: ¡estaba fría! El shock nos terminó de despertar y empezamos a nadar durante hora y media, sin parar, completando el metraje y las cargas establecidas con el entrenador.

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Cuando faltaban 15 minutos para las 07:00 nos alertaba con un fuerte chiflido que perforaba los tímpanos: era hora de salir del agua para cambiarnos a nuestros respectivos uniformes. No hay tiempo para una ducha, nos despedimos todavía mojados; Fernando iba al Aguirre Abad, Daniel al Espíritu Santo y Enrique Morales al Cristóbal Colón.

Era el momento de desayunar. En la esquina de la piscina había una despensa que era propiedad del padre de una nadadora, igual que nosotros. Ahí íbamos a reponer nuestras energías: ‘un litro de leche Ilesa de vainilla’, dije. Y me da dos emparedados de mortadela y queso en pan enrollado con mucha mantequilla, pero más mortadela que queso, por favor!’, aclaraba. ¡Estos sabían deliciosos! Las papilas gustativas estimuladas por el cloro del agua magnifican el sabor.

Mientras tomaba el último trago de leche, aullaba la sirena del Vicente Rocafuerte. ¡Estaba atrasado! Para la primera hora había clase de Física, con Abel Jiménez. Mejor apurarse porque el profe ya me tiene puesto el ojo. Emprendí la carrera con los libros bajo el brazo y masticando el último pedazo de pan y cubro en tiempo récord las cinco cuadras que separan la piscina Olímpica del colegio.

Ese fue el primero de muchos entrenamientos de natación en la madrugada, que continuarían en la universidad y luego, ahora como padre de familia, pero ya no uso el radiodespertador. Ahora pongo el celular.

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