Por Jorge Barraza (jorge.barraza@conmebol.com)
.- El fútbol está hecho de ilusión. Al inicio de cada temporada, todos los aficionados, hasta los del equipo más modesto, deben tener su entusiasmo a tope. Luego sobreviene la realidad, dura o feliz (los hinchas lo sabemos) y a ella nos atenemos mansamente. No debe resultar bonito, pues, ser hincha del Mallorca, el Betis o el Zaragoza por estos días. Saber que no se compite para ser campeón, que se terminará a 50 puntos de los dos punteros y que recibirán, posiblemente, cuatro palizotas aberrantes y unos 18 o 20 goles del Barcelona y el Madrid.

Más sombría aún es la nube posada sobre el cielo del Atlético de Madrid, que supo ser un sol cuya luz iluminaba buena parte de España y, otrora, el clásico-clásico del Real.

Lo mismo vale para el Levante, el Getafe, el Granada, el Sevilla, el Sporting, los rezagados cuadros vascos, antes tan fuertes y temibles, incluso el siempre competitivo Valencia... Todos convertidos en tristes partiquinos de la poderosísima yunta dominante.

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La liga española es una suerte de tiranía bipolar que se debate entre ser la mejor del mundo y también la más absurda; una insólita dicotomía entre la espectacularidad y el aburrimiento. Un Barça-Real puede ser visto en directo por 25 millones de personas, y un Málaga-Getafe... por nadie.

Es un campeonato sin esperanzas para 18 clubes. Una liga de dos.

"A lo largo de la historia se ha demostrado que se le puede ganar a cualquier equipo, aunque este sea superior -sostiene el Maestro Óscar Tabárez, el competente entrenador uruguayo-. El fútbol es el deporte que da más posibilidades de que un equipo supuestamente débil pueda vencer a uno con más poderío". Su razonamiento, muy acertado, queda hecho trizas no obstante por la opresiva superioridad del Barcelona y el Real Madrid sobre todos los demás conjuntos españoles. Once discretos jugadores con una táctica inteligente, buena preparación física y espíritu de lucha pueden derrotar a otros once mejores. Pero cuando estos son tan abismalmente superiores, no hay mística ni estrategias que alcancen. "Nunca me sentí tan inferior en una cancha de fútbol, fue un golpe muy duro", reconoció Mateo Musacchio, zaguero argentino del Villarreal, que el lunes último fue una de las víctimas del Barça en la goleada de 5-0, pero más que eso, del baile abrumador de toques y olés. Con un agregado: el Submarino Amarillo es uno de los 32 finalistas de la Champions League.

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A nivel de club, el dinero es decisivo. La mejor evidencia es el Manchester City: en dos años, los petrodólares de un millonario árabe lo sacaron del subsuelo de la Premier League y lo llevaron a la pelea grande. Solo a golpes de chequera.

Los megamillonarios planteles del Barça y el Madrid hacen una aplastante diferencia con el resto y tornan la liga anticompetitiva, ridícula casi. Montar semejante estructura para saber si el título se lo lleva Pedro o Juan parece una tontería. "¿Por qué no decidirlo en dos partidos entre ellos?", preguntan en España, donde el tema se ha convertido ya en un foro nacional. "O esto cambia, o vamos a matar el fútbol español", declaró, entregado, Fernando Roig, presidente del Villarreal. José María del Nido, titular del Sevilla, fue bastante menos refinado: "La liga española es la mayor porquería, no de Europa, sino del mundo", dijo.

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La liga ha perdido emoción, condimento esencial de este juego. ¿Qué audiencia puede tener un Osasuna-Rayo Vallecano o un Espanyol-Real Sociedad...?

El propio presidente de la Federación Española, Ángel María Villar, exlateral derecho del Athletic de Bilbao, reconoce el peligro de derrumbe: "La grandeza de una competición la hacen los grandes jugadores, pero también tener una liga igualada. Lo primero lo tenemos, lo segundo está cada día más lejos", dijo.

La notable dualidad de poseer los mejores futbolistas y una liga monótona no excluye una certeza: Barcelona y Real Madrid no solo están por encima de sus competidores españoles, también sobresalen con nitidez en Europa (y obviamente en el mundo). Tanto pueden arrasar al Granada como aniquilar al Manchester United, que en Inglaterra es una fuerza sobrenatural. La calidad está fuera de duda.

Inglaterra posee el campeonato más atractivo, aunque no menos desparejo. O acaso más grave: allí un solo amo gobierna vidas y haciendas: el Manchester United. Ha ganado 12 de las últimas 20 ligas. Las migas restantes se dividen así: 3 para el Arsenal, 3 para el Chelsea, una para el Leeds y otra para el Blackburn Rovers, increíble ganador en 1995 gracias a los goles de Alan Shearer. Y el nuevo comienzo de la Premier sugiere que otra vez el cuadro de Alex Ferguson se calzará la corona: ¡le hizo 8 al Arsenal...!

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Los derechos de televisión han abierto hace años la brecha en España. Desde 1990 la liga se negociaba en conjunto. Seis años después, cada cual comenzó a tratar por separado y a cobrar por número de televidentes. Allí, los clubes más populares se cortaron adelante y se generó la desigualdad actual. En tanto, el Madrid y el Barcelona perciben 140 millones de euros cada uno, el Atlético de Madrid y Valencia embolsan 42, Villarreal 29, Sevilla 24, y así en orden decreciente. Por eso aquellos pueden fichar a grandes estrellas y estos conformarse con las sobras. O incluso vender.

Cualquier correctivo que se haga de ahora en adelante no podrá subsanar fácilmente esta grieta que determina 2 jugadores riquísimos y 18 normales o humildes. Es más, la rajadura debería agrandarse de manera exponencial. La popularidad que dan los triunfos no se equipara en un año ni en cinco, puede demandar décadas. Es una cadena virtuosa cuyos eslabones son 'estrellas futbolísticas' + 'triunfos' = 'más popularidad'. Y 'más hinchas' determina 'mayores ingresos'. Esto genera 'más estrellas', lo cual deriva en 'nuevos triunfos'.

El Barça y el Madrid no están un gol por encima de sus colegas españoles, están cuatro o cinco. Se han disparado, y esto genera el temor de convertirse en el fútbol escocés, desde hace 120 años un duelo casi exclusivo entre el Celtic y el Rangers. En España le dieron a la tuerca una vuelta de más. Y se falseó.