Inmediatamente después de la Copa América nos zambullimos durante 23 días en el excelente Mundial sub-20 hospedado por Colombia. Vimos una porción importante de partidos. La sempiterna facilidad (y vocación) para el gol de los brasileños. El fútbol defensivo y rocoso de los portugueses (llegaron a la final sin goles en contra). La ilusión colombiana que chocó de frente y a velocidad contra el muro mexicano. El insólito equipo inglés, que se marchó del torneo sin alcanzar la red adversaria. El insospechado crecimiento de México, que comenzó en bajas calorías y dio una prueba de carácter fantástica ante el anfitrión. La cantera de España y el semillero de Argentina, que siguen produciendo a destajo y se volvieron invictos a casa. El sinuoso camino de Francia, que arrancó goleado 4 a 1 por Colombia y llegó a semifinales. El siempre extraño e indescifrable fútbol africano, que un día parecen superhombres y al siguiente pierden por inocentadas elementales.

Y la fenomenal respuesta del público cafetero. Los hermosos estadios, remodelados con criterio y prudencia. Un inolvidable Mundial en Sudamérica. Y no sólo por fútbol, también por prolijidad, organización, por su carácter multitudinario, festivo y pacífico. Todo el país se unió en el esfuerzo por dar una imagen impecable de Colombia. Lo han logrado, al punto de que Joseph Blatter, señalara que este había sido “el mejor Mundial Sub-20 de la historia”.

Varios tópicos destacables. Sin embargo, el juego no trajo novedades: paridad en casi todos los partidos, pocas individualidades y mucho colectivo. El campeón llegó al título con su vieja receta. Mientras todos los cráneos tácticos del mundo (el gremio de los Mourinho) se devanan los sesos pergeñando fórmulas defensivas para maniatar al adversario, Brasil sigue con su “vetusto” sistema futbolístico: atacar.

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No le va tan mal. Con ese primitivo método (que tan pocos adoptan) se sigue ganando el pan en todas las categorías. Ahora también es pentacampeón mundial sub-20. Obviamente, marca, presiona, corre, defiende (sin eso, hoy, no se puede ni entrar a la cancha). Pero por encima de todo, ataca.

Pasan los técnicos, cambian los jugadores, Brasil siempre es campeón (o casi) Y no es una frase hecha: la idea está por encima de cualquier entrenador; no es producto de un iluminado, la iluminación es su estilo histórico.

En sus cinco coronas del mundo de mayores tuvo cinco conductores diferentes: Feola (1958), Aymoré Moreira (1962), Zagallo (1970), Parreira (1994) y Scolari (2002). En las cinco coronaciones sub-20, otros tantos treinadores: Jair Pereira (1983), Gilson Nunes (1985), Julio Cesar Leal (1993), Marcos Paquetá (2003) y ahora Ney Franco (2011). Sólo una vez repitió entrenador en un juvenil, Carlos César Ramos fue campeón sudamericano y mundial sub-17 en 1997 y 1999.

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La palabra “proceso”, casi bíblica para todos los periodistas y dirigentes del mundo, en Brasil no existe. Nadie sabe qué significa. Son “poco desarrollados”, apenas saben que al fútbol se juega para adelante y hay que meter goles.

Con ese antiguo esquemita, es nuevamente campeón del mundo. Y siempre es reconfortante que lo sea. Significa que ha ganado el fútbol ofensivo, abierto, generoso. Salvo puntuales excepciones (en los últimos años hubo algunos técnicos retranqueiros), Brasil es la salvaguarda del espectáculo, su promesa de buen juego.

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Fue un Mundial magnífico este de Colombia, cerrado con una final al tono: después de aburrir en sus seis cotejos anteriores, Portugal mostró su rostro más bello: seguridad defensiva, equilibrio, pelota al pie, un contraataque peligroso a través del excelente Nelson Oliveira y un jugador fenomenal en el medio: Danilo (el número 15). Sencillamente, el volante perfecto: quita, toca, triangula, ordena el juego, distribuye, marca la pausa, releva a los del fondo y apoya a los de arriba; todo simple, claro, positivo. Un Makelele con mejor pase. Va a ser figura pronto. Un calco suyo es el “5” de México, Jorge Enríquez. Otro prodigio de sencillez y eficacia. Le concedieron el Balón de oro al goleador brasileño Henrique. Era para Danilo o Enríquez: brillaron los siete partidos.

Lo tuvo sentido Portugal a Brasil, maduraba el nocaut, pero como dicen en el fútbol brasileño, “quem nao faz, leva”. Lo que suele suceder: no liquidó Portugal y lo planchó Brasil. Oscar, descollante en el Sudamericano de Perú, tuvo su noche de gala: ¡tres goles en una final del mundo…! Lo ayudó un poco la fortuna en el primero y en el tercero, pero para ganar la lotería hay que comprar un billete. Y los brasileños siempre compran. Esperan los regalos de Papá Noel, pero le escriben cartitas.

Otro éxito de nuestro querido fútbol continental, vientre fecundo si los hay (la fábrica sigue produciendo sin interrupciones). Siempre lo afirmamos: el campeón de Sudamérica es el mejor candidato a campeón del mundo. Se cumplió una vez más: de 18 títulos en la categoría se han ganado 11 (6 Argentina, 5 Brasil). Enhorabuena.