Por Jorge Barraza (jbarraza@uolsinectis.com.ar)
.- Al menos tres generaciones de uruguayos sintieron el domingo anterior uno de los máximos orgullos de sus vidas: haber visto a la Selección celeste coronarse campeona de la reciente Copa América. Quince veces ganó Uruguay el trofeo, aunque nunca de este modo. La conquista tiene enorme significación: porque ratifica el pasaje estelar que atraviesa el fútbol de Obdulio Varela; porque fue conseguida tras una final contundente; porque se logró en Argentina, considerada por los orientales territorio enemigo (en fútbol y en todos los órdenes se percibe una fuerte antipatía hacia los "hermanos rioplatenses", que curiosamente no se da del otro lado), y porque sus jugadores dejaron la piel, la sangre y el alma en el campo en pos del objetivo.

No existe otra actividad que accione más el orgullo que el fútbol. Ni un campeón del mundo, ni un premio Nobel, ni un artista de dimensión universal, pueden motorizar más el sentido de pertenencia que este juego de once contra once. Cuando uno dice "la Selección uruguaya" se sabe que no habla de la de voley, la de básquet o la de remo. Hay una sola.

"Es verdad, estamos muy felices", reconoce el abogado Jorge Da Silveira, acaso el número uno de los comentaristas deportivos montevideanos, quien acapara la audiencia matutina en radio. Esa íntima y exultante satisfacción tiene una explicación adicional: este Uruguay jugó por la camiseta. Anotémoslo: en el 2011, Uruguay derribó el mito de que ya nadie juega por la camiseta: ellos lo hicieron. Suárez, Forlán, Muslera, Lugano, los dos Pereira. Y esa fiera, ese símbolo de la lucha por los colores que es Diego Pérez, capaz de ir a trabar con los dientes. Pocas veces el ciudadano uruguayo se sintió tan bien representado como por estos nobles gladiadores modernos.

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Cuando el juez brasileño Salvio Fagundes dio los tres pitazos para acabar con el martirio de los paraguayos (no fue simplemente un 3-0, lo pisó) un gritó unánime y espontáneo estalló en la cancha de River Plate: "¡Uruguay.!" Cada vez que un futbolista argentino sale campeón se le escucha decir que lo dedica "a mi familia, a los que siempre estuvieron conmigo y creyeron en mí". Cuando gana la Celeste, sus jugadores dicen: "lo dedicamos al pueblo uruguayo". Sutil diferencia que explica de algún modo la entrega de unos y otros.

Otro mito que derribó Uruguay: que hay que jugar siempre con un "9" de área, como referencia. Ni Forlán ni Suárez son "9", juegan por afuera, se retrasan, hacen diagonales. Y vuelven loco a medio mundo.

"¿No piensa que fue opaca esta Copa América?", nos dispara un colega colombiano. Parece una pregunta con respuesta incluida. Y respondemos con otra interrogante: ¿Quién decreta fue opaca.? Hasta donde nos alcanza la memoria, esta fue la Copa jugada con mayor intensidad, más a fondo, tomando las máximas precauciones y en la que se contó con los mejores jugadores. Más parecían partidos de Eliminatoria de que de Copa América. Buen reflejo de ello es que un técnico saltó por el pobre o nulo funcionamiento de Argentina (Batista), otro se fue solo por la forma definitivamente desagradable en que jugaba Paraguay (Martino), uno quedó severamente cuestionado (Rueda) y otro más con la imagen averiada (Mano Menezes) al punto de que debieron ratificarle la confianza. Cuando un torneo saca técnicos es porque se jugó en serio.

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"Hay quienes sostienen que los torneos de clubes terminarán por desplazar a los de selecciones. ¿Qué opina de esto?", repregunta el colega bogotano.

Nunca va a suceder. Las competencias de países tienen un atractivo irresistible. Un club puede alegrar a un segmento pequeño o considerable de una sociedad, una selección moviliza a todo un país, lo representa. El 5-0 a Argentina es acaso el recuerdo más orgulloso del pueblo colombiano, las conquistas de Atlético Nacional u Once Caldas, apenas dos momentos alegres. Las glorias de Liga de Quito no resisten comparación con la clasificación de Ecuador a los mundiales. El fútbol de selecciones une, el de clubes desune. Todos los regionalismos de Colombia, Ecuador, Bolivia (las cadenas montañosas separan culturas) desaparecen cuando la camiseta nacional está en juego.

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Dos mandatarios de países (Alan García y Hugo Chávez) enviaron un avión presidencial a Buenos Aires a buscar a sus selecciones que habían destacado en la Copa América 2011. Mandaron a recoger a sus héroes. Y no fueron campeones. Signo de la gravitación que el fútbol ocupa hoy en la vida de los pueblos. Y de lo que despierta el fútbol de selecciones.

Le preguntamos al Maestro Tabárez, un duro si los hay, qué cosas le pasaron que le movieron las fibras del alma. "Entrar a un restaurante con mi esposa, que todos los comensales se pararan y comenzaran a aplaudir. Fue algo muy fuerte".

¡Qué extraordinariamente bello es el fútbol.!