Por Jorge Barraza (jorge.barraza@conmebol.com)
.- Como si el clima hubiese concedido una tregua al fútbol para permitirle un final de fiesta, las últimas dos jornadas de la Copa América se desarrollaron con una temperatura agradable, de 20 grados, bajo un sol benigno y a hora temprana (las 16:00 de Buenos Aires). Y se vieron 8 goles en dos partidos. Este puede ser un indicio de que el frío sí incide para que no se vean partidos más espectaculares y con mayor cantidad de anotaciones. Pero este es el momento del balance, de lo que dejó la tan esperada 43ª Copa América.

Lo mejor. La categoría del campeón. Uruguay fue un grandísimo equipo y prestigió la competencia. Veníamos de dos títulos seguidos (2004 y 2007) de un Brasil apenas correcto, más eficiente que agradable. Esta versión de la Celeste será muy recordada.

La pena. El césped del estadio de La Plata, que no estuvo en concordancia con lo que fue el imponente escenario y el magnífico montaje de la Copa. No faltó la voluntad: lo sembraron y resembraron tres veces para que luciera impecable, pero el piso es desmontable, se compone de 89 cuadros de grama sobre una base de cemento, y los panes no lograron ensamblarse correctamente.

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El crecimiento. De la Copa América. Ha tomado la estatura de un mundialito. Mantuvo expectante al mundo, que recibió las imágenes a través de 198 países por televisión y mediante YouTube, el sitio de internet que por primera vez emitió en directo un torneo de fútbol. Se pudieron ver los partidos por computadora desde cualquier lugar sin necesidad de encender la TV, apenas conectado a la red.

La emoción. Ver en persona a Mario Alberto Kempes comentando un partido para ESPN desde el estadio que merecidamente lleva su nombre. Por cierto, un fantástico coliseo para 57.000 espectadores, que postuló a Córdoba para ser sede de partidos de la próxima Eliminatoria.

La justicia. Que la Copa América consagrara por fin a un delantero de inmensa clase como Paolo Guerrero, Botín de Oro de la competencia. Siempre fue un crack, a Paolo le faltaba una actuación así para entrar en el ojo del público internacional.

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El partido. Argentina 1 - Uruguay 1. Tuvo todo lo que se le puede exigir a un grandísimo clásico: alta vibración, ida y vuelta, actuaciones notables como las de Lionel Messi, Diego Forlán, Luis Suárez, Fernando Muslera, el mismo Gonzalo Higuaín. Pese a todas las críticas recibidas y a su eliminación, Argentina esa noche tuvo al campeón contra las cuerdas. Y mereció mejor suerte. No es poco mérito.

La decepción. Brasil. Pese a que pudo haber goleado a Paraguay y seguir en carrera, fue una Selección sin ángel, sin el peso determinante de sus figuras. Aunque falten tres años, tendrá que mejorar mucho para su Mundial. Y lo inquietante es que no tendrá competencias para probarse. Los amistosos no son un buen parámetro. La Copa Confederaciones (2013) tampoco.

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El crack. Sin la menor discusión: Luis Suárez. Ya lo hemos descripto varias veces. Es un manual de picardía, de inteligencia, de clase mundial. Merecidísimo su Balón de Oro. Cada vez que lo vemos juega más. Impresionante, pesadillesco. Un delantero de cualquier época, para ganar partidos y campeonatos.

La maravilla. El público, que dio un marco notable al torneo. Solo dos o tres encuentros no presentaron estadio completo. Y varias decenas de miles llegaron desde el exterior. Chile fue el número uno en la materia. Treinta mil hinchas cruzaron la cordillera para el juego con Perú. En la final, también 30.000 uruguayos atravesaron el Plata para estar presentes en River. Y hubo decenas de miles de paraguayos, bolivianos y peruanos.

La frustración. De Argentina. Sergio Batista presentó un equipo sin alma, sin defensa, sin organización de juego, agravado por ser el local. El DT pasó toda la previa hablando de que a Messi había que rodearlo. Fue exactamente lo que le faltó: compañía. La Copa le costó el puesto al entrenador.

La alegría. De Perú. Genuina, merecida. Volvió al podio. Mostró orden, otra seriedad competitiva. Igual, va a tener que trabajar mucho más Sergio Markarián. Aparte de Guerrero y Juan Vargas no se le advirtieron jugadores de gran proyección. Fuera de aquellos, quien más gustó fue William Chiroque, un atacante endiablado, pero con 31 años.

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La preocupación. De Paraguay. Jugar tan espantosamente mal a dos meses de la Eliminatoria encendió todas las alertas en la dirigencia del fútbol guaraní. El propio Gerardo Martino es quien elegiría dar un paso al costado. La gente que no analiza el juego dice "Ah, no sé, por penales o por lo que sea, Paraguay está en la final". Cualquiera que entienda un mínimo de fútbol sabe que, jugando así, no tiene la menor chance de clasificar a un Mundial.

El aprobado. De la organización de la Copa. Presentó 8 estadios excelentes, hubo puntualidad de horarios, funcionó muy bien la venta electrónica de entradas, se acreditó la cifra récord de 5.180 periodistas y todos trabajaron sin inconvenientes mayores. Y se atendió a miles de visitantes a los que hubo que darles transporte, alojamiento, sanidad, alimentación, seguridad.

La revelación. Venezuela. El de más bella propuesta futbolística. Regaló fútbol, ilusión, osadía. Y lo más trascendente de este avance fulminante: con garra. Dejaron de ser inocentes, pelean, son bravos, ponen la pierna firme.

El veredicto. Siempre estarán los fatalistas, los agoreros, los críticos impiadosos (los periodistas suelen ser unos sujetos implacables para con todo lo externo, no tanto para con ellos mismos). Pero esta fue una gran Copa, tuvo una dimensión superior a muchas anteriores. En diversos aspectos. Todos (excepto México y Costa Rica) trajeron lo máximo que tenían, jugaron a fondo, con seriedad competitiva. Por eso justamente se habla de agrandar la Copa América a 16 equipos. Ya es un pequeño Mundial. Y no tiene vuelta atrás.