¡¡¡Uruguay, nomás.!!! El grito de guerra, de orgullo, de felicidad tan arraigado en la cultura del país de Artigas y nacido en el inicio de la historia misma de este juego, atronó el aire del Monumental, cruzó el Río de la Plata y se juntó en la otra orilla con el de los 3 millones que quedaron en el paísito.

Seguro, sin duda alguna, que cuando Salvio Fagundes tomó el balón con sus manos y pitó el final de la final, los uruguayos que coparon River, los que sufrían desde la patria y las decenas de miles de orientales diseminados por el mundo entonaron las mismas dos palabras: "¡Uruguay, nomás.!"

Es un grito que brota desde el alma, entonado esta vez con más fuerza que nunca por todo lo que significa esta nueva corona, la decimoquinta de América. Es volver a la vuelta olímpica después de muchos años, ratificar el cuarto puesto y la brillante actuación del Mundial, y es plantar la bandera en la cima del fútbol.

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Uruguay es la selección con más títulos a nivel de mayores en todo el mundo: 20. Producto de dos olímpicos, dos Mundiales, 15 Copas América y un Mundialito. Un milagro futbolístico nacido de la mística que fueron forjando los triunfos desde 1916 en adelante.

Vive un momento muy bello el fútbol charrúa, un resurgimiento notable, inesperado casi. Pero no hay nada de azar: se trabaja bien en inferiores, surgen jugadores y luego los buenos caen en las manos de Óscar Washington Tabárez, el técnico cumbre del Uruguay en todos los tiempos. Este equipo es la obra maestra del Maestro. Tiene todo lo que un conductor puede ambicionar en un grupo que él mismo ha armado desde cero: garra, coraje, fútbol a través de dos talentos enormes como Diego Forlán y Luis Suárez, solidaridad, esfuerzo, tremenda determinación defensiva, explosión en ataque, gol, buen promedio de edad, total entrega física, mentalidad ganadora.

Cuando un equipo es capaz de dar tanto anímicamente, potencia sus virtudes futbolísticas. Y esto habla bien del entrenador. Nunca conocimos un equipo valiente con un técnico pusilánime. Recordamos que Tabárez fue campeón de la Libertadores (1987) con aquel Peñarol que venció al América de Cali en el último segundo, del último minuto, del último alargue de la última final. Y hay que tenerse fe para ir a buscar cuando las piernas ya no dan.

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Equilibrio es la palabra preferida del técnico Tabárez en su ideario futbolístico. Le gusta defender bien, tener mucha marca y movilidad en el medio y atacar en dosis moderadas, ni refugiarse atrás ni alocarse adelante. Los equipos que se alocan pierden fácil.

Estamos ante un impactante campeón, tan admirable que en lugar de la Copa prestigiar al ganador, el ganador prestigia a la competencia. Se trata de una de las mejores manifestaciones futbolísticas del fútbol oriental, siempre rocoso y combativo, nunca galano, jamás estético. Este, pensado desde atrás hacia delante, tiene un excelente arquero (Fernando Muslera), una defensa confiable, fuerte y dura, veloz; un medio con dos carrileros espectaculares (los dos Pereira, Maxi por derecha y Álvaro por izquierda), dos peones en el medio para morder y lijar al que se atreva a pasar por allí y los dos genios de arriba. A Forlán no hace falta describirlo. ¡Qué inteligente es! ¡Qué notable ejecutando los córners, los tiros libres.! Cada centro suyo lleva veneno hacia el área, es como una granada que llueve sobre el corazón del adversario.

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Un 'crack'
¡Y Suárez.! Párrafo aparte. Un jugador de todas las épocas. Pícaro, tiene toda la calle encima, todo el potrero.

Hábil, potente, peleador si hace falta, guapo siempre, crack en toda circunstancia, para servir el gol, para anotarlo, para pergeñar el contraataque mortífero, para salir de los encierros más inverosímiles. Lejos el mejor jugador del campeonato. Tiene una solución para cada problema que el juego le plantea. Su cerebro es una enciclopedia del fútbol. Con eso se nace. Y recién suma 24 años. Monstruo.

Momento excepcional.
Falta bastante para el Mundial de Brasil 2014. Si se jugara mañana, no tendríamos ninguna duda: Uruguay sería campeón. Está en un momento anímico excepcional. Y con un cinco de clase estaríamos hablando de un superequipo. Aunque no vimos todo, casi podemos asegurar que es la mejor versión uruguaya desde el Maracanazo hasta hoy. Seguro.

Esta consagración valoriza el partido de Argentina. En un momento de crisis, sin equipo, con una defensa de horror y un técnico de escasísimas luces, lo dominó casi todo el partido, lo atacó siempre, mereció ganarle e hizo figura a Muslera. Y obligó a que Uruguay cepillara a destajo. No es poco.

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Faltaron equivalencias en la final. La Celeste barrió a la Albirroja. La aniquiló espiritualmente. Y con juego. Ya habíamos aludido a lo mal que juega Paraguay. Mal y feo. Lo de ayer, en algunos momentos, fue hasta triste. Sin ingenio, sin recursos técnicos, sin pechos calientes para rebelarse ante la adversidad, lentos, irresolutos, asfixiados. Hubo momentos de vendaval celeste y quedó patentizada una enorme diferencia de categoría.

Deben estar muy preocupados en Asunción por la Eliminatoria. Empieza en 74 días y hay que rearmar un equipo, darle juego, encontrar nuevos jugadores...

Pero hoy la noticia es Celeste, un campeón de punta a punta. De los que se recuerdan de memoria 30 años después. Muslera, Sebastián Coates, Diego Lugano y Martín Cáceres; Maximiliano Pereira, Diego Pérez, Egidio Arévalo Ríos, Álvaro González y Palito Pereira; Forlán y Suárez.