‘Todos con pronóstico reservado’ titulamos en nuestra columna del sábado por la mañana, en el análisis previo de cuartos de final. Y los tres primeros de los cuatro partidos fueron al alargue, dos de ellos también a penales. Esto refleja el casi increíble equilibrio de fuerzas que domina el escenario futbolístico en América del Sur y que lo torna apasionante.

En ese marco de equivalencias se confirman dos retornos al primer plano, aunque en distintos niveles: después de décadas de sinsabores, de chatura, Uruguay ratifica en esta Copa América su magnífica actuación en el Mundial 2010 y se codea con Brasil y Argentina en la discusión de los títulos. Este ascenso celeste se ve confirmado por la selección sub-17, que acaba de coronarse subcampeona mundial en México, y por Peñarol, finalista de la Libertadores. No quedan dudas: un momento feliz, estelar del fútbol uruguayo.

En menor dimensión, cabe resaltar la vuelta de Perú a los titulares de los diarios del continente. Nadie puede dudar ya de que será un contendor de respeto, de cuidado en la próxima Eliminatoria. También el fútbol incaico ha debido esperar añales para disfrutar de esta alegría de ser semifinalista de la Copa América.

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Tras el notable batacazo de Perú ante Colombia –con dos bellísimos goles–, asistimos al mejor partido del torneo: vibrante, casi volcánico empate en el clásico rioplatense, que determinó el pase a semifinales de Uruguay por la siempre atractiva y dramática vía de los penales. Fue la mejor demostración de que cuando se entrega tanto, cuando se juega tanto, la cantidad de goles pasa a segundo término. Fueron dos guapos que se torearon durante 120 minutos dando lo máximo que tenían.

Si ganaba Argentina, estaba bien, había hecho más méritos ofensivos durante el juego, buscó más, tuvo a un Lionel Messi inmenso y a un Gonzalo Higuaín filoso, picante. Ganó Uruguay y está perfecto: es el premio a su nunca discutida garra charrúa, a este grupo excelente que logró formar el Maestro Tabárez antes de ir a Sudáfrica. Y lo anticipó hace más de un año: “Nos va a costar mucho clasificar al Mundial, pero si lo logramos, nos va a quedar un plantel extraordinario, joven y con experiencia a la vez, de alta calidad para varios años”. Sus palabras son la actual realidad.

Se sintió cómodo Uruguay desde el comienzo. Al minuto de juego debió ser expulsado Diego Pérez por una brutal entrada a Javier Mascherano. Pero recibió apenas amarilla y 4 minutos más tarde el propio Pérez abrió el marcador. Si la trinchera es el lugar que mejor le sienta a la Celeste habitualmente, con la ventaja se situó todavía más cómodo atrás. Soportó los embates con firmeza, con orden, con pierna fortísima, superando en muchos momentos el límite de la reciedumbre.

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Y luego manejó el partido con sabiduría, fantástico espíritu de lucha y con la inteligencia notable de dos delanteros espectaculares: Diego Forlán y Luis Suárez. Ellos solos son capaces de enloquecer a cualquier defensa, mucho más a la espantosa e insegura retaguardia argentina. También debe mencionarse la seguridad, el arrojo y la determinación del joven arquero Fernando Muslera, providencial para salvar el empate.

La Celeste tiene siempre una ventaja ante Argentina: va exclusivamente al resultado. Uruguay jamás tuvo un compromiso con el juego. El cómo nunca importó. Si la victoria es por medio a cero, excelente. Si es con la mano o en offside, bienvenida. Y si el pase llega mediante el empate, el alargue, los penales o la Corte Internacional de La Haya, da igual. El tema es seguir adelante. A Argentina, en cambio, eso no le alcanza: debe proponer, atacar, jugar bien y además ganar. Es un imperativo de su historia. Y a veces no se puede.

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Está mal el fútbol argentino, entró en un cono de sombras como le ha sucedido a otros en otras épocas. Aún así, vale resaltar su excepcional fertilidad para producir jugadores y su nobleza para intentar jugar siempre, estando bien, estando mal, con buenas o malas selecciones. Tuvo que dejar la vida Uruguay para empatarle a un muy mal equipo argentino. Pero deberá haber correcciones drásticas en la Celeste y Blanca para afrontar la Eliminatoria. Corre altísimo riesgo de quedar fuera del Mundial.

Cuando la tarde del domingo caía sobre La Plata, hubo otra sorpresa, pero más que ello, una injusticia colosal: Paraguay despidió de la Copa a Brasil. Si Brasil hubiese ganado 5 a 0 durante el tiempo normal, habría estado perfecto, pero el arquero Villar, la entrega impresionante de sus defensores y volantes, y la suerte, que siempre se mete en algún bolsillo, mantuvieron el cero. Y llegaron a la vía de los penales. Que Brasil falle sus cuatro penales entra en los anales de la historia. Nunca pasó y tal vez no vuelva a suceder en cinco siglos. Los mejores ejecutantes del mundo tiraron tres penales a la tribuna y uno lo paró el ayer milagroso Justo Villar.

Igual, casi no dan ganas de festejar un empate así: a Paraguay le cascotearon el rancho sin parar por 120 minutos. Así no se juega al fútbol. Y desde ya, si Brasil queda preocupado de cara a su futuro (no tendrá Eliminatoria para calibrar su verdadero estado), Paraguay debe revisar todos sus papeles. No ha jugado nada en esta Copa.

La justicia miró para otro lado en los cuartos de final de la Copa América. Ni Perú, ni Uruguay ni Paraguay habían superado a sus rivales, más bien todo al revés.

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