A los 34 minutos del segundo tiempo, la hinchada de River ensayó un canto que quería ser adhesión, esperanza hacia el futuro: “Volveré, Volveréeee...”. Aunque faltaban 11 minutos más el descuento (siempre generoso tratándose de River) la gente estaba entregada. Sabía que ni jugando un año entero harían dos goles. No había fútbol, no había fuerzas ni corazón para revertir este destino cruel. Se veían descendidos.

El 26 de junio de 2011 quedará incrustado para siempre como una flecha de fuego en millones de corazones riverplatenses. Es difícil explicar hacia el exterior lo que esto significa. En la Argentina el fútbol es esencialmente pasional. Y el descenso es un estigma imborrable. Dan ganas de hacer un pozo, meterse adentro y no salir por mucho tiempo.

Si hace dos años se hubiese hecho una encuesta con la pregunta: “¿Usted cree que River se puede ir a la B?”, el ciento por ciento hubiese votado NO. River es el club con las máximas estrellas del fútbol argentino, las surgidas del semillero y las contratadas de afuera. Los dos primeros futbolistas sudamericanos que ganaron el Balón de Oro de Europa, en los cincuenta y los sesenta, fueron Alfredo Di Stéfano y Enrique Omar Sívori, dos genios millonarios nacidos en su semillero.

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El mundo deportivo recibió absorto la noticia inverosímil: descendió River. El mismo club aristocrático y altivo de La Máquina (Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau), el de Carrizo y Fillol, el de Alonso y Francescoli, de Luque y Passarella, de infinidad de cracks internacionales, es una sombra de la sombra de sí mismo.

River es el Real Madrid antes del Real Madrid, el Milan antes del Milan. El equipo que más títulos ganó en el fútbol argentino, el que lidera la tabla histórica, el que hizo más goles, el que más jugadores dio a la Selección... Boca, River e Independiente eran hasta este domingo los únicos tres gigantes que nunca descendieron. Todos pasan largamente los cien años de vida. También ese blasón ha perdido.

No habrá Boca-River la próxima temporada. Los domingos estará mudo el Monumental. Suena extraño. Acabamos de vivir un episodio histórico.

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Dos clubes tradicionales acaban de descender: Huracán y River. Ambos son presididos por dos exglorias enormes en pantalones cortos: Carlos Babington y Daniel Passarella. Esto les sirve a los futbolistas para revisar sus conceptos sobre los dirigentes. Siempre vilipendiando a la dirigencia, que son ineptos, que nunca tocaron una pelota, que esto y aquello... La cancha es una cosa, el escritorio, otra.

La “B” Nacional en la Argentina es durísima. Uno se encuentra con 21 equipos muy fuertes (acaba de comprobarlo con Belgrano), con parcialidades gigantescas y canchas bravas. Están Chacarita Juniors, Rosario Central, Instituto, San Martín de Tucumán, Atlético Tucumán, Gimnasia de Jujuy, ahora Quilmes, Huracán... Sin plata y sin fe, como dice el tango, le va a ser espinoso el camino del retorno a la banda roja.

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¿Qué lo llevó hasta el cadalso? Una pésima gestión del presidente anterior, José María Aguilar, que en ocho años sumó un desacierto al otro y dejó un club endeudado, con un plantel pobre y raquítico en puntos. Passarella lo tomó en terapia intensiva y no pudo salvarlo, aunque la prensa lo síndica como alto responsable. Su gravísimo error fue darle la dirección técnica a un exídolo, Juan José López, que ya tenía tres descensos en el saco, con Instituto, Unión y Talleres.

Quince años atrás Enzo Francescoli levantó la Libertadores. Era el éxtasis total. Ahora habrá que levantar la cabeza y darle para adelante. No queda otra River, la vida sigue.