Había terminado el Sudamericano de Natación de mayores en Arica, Chile, en 1972. Era el inicio de la década de los setenta y estaba comenzando la segunda etapa de oro de la natación ecuatoriana. En Arica se ganaron cinco medallas de oro individuales y empatamos en tiempo en el relevo 4x200 metros libre con Brasil, pero la presión de los dirigentes de la Confederación Sudamericana pesó más en la decisión y dieron el primer lugar a Brasil, pese al empate.

Los dirigentes nacionales consideraron que los integrantes de este relevo podríamos asistir a los Juegos Olímpicos de Múnich, ese mismo año. Decidieron que la preselección se concentraría en Pasadena, California, donde uno de sus miembros, Eduardo Orejuela, estudiaba y entrenaba en el Pasadena City College, con el entrenador norteamericano Ron Ballatore que había sido designado el técnico a cargo de la Tricolor. Completaban el equipo Fernando González, Daniel Pinargote y yo.

Los entrenamientos eran agotadores: tres horas en la mañana y cuatro en la tarde, en el intermedio, como parte de la preparación estaba el aprendizaje de inglés; Fernando y Eduardo estaban fuera de ellas. Como no teníamos dinero para pagar clases privadas nos mandaron al YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes), a pocas cuadras del Pasadena City College, sitio donde estaba la piscina en que practicábamos.

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Las clases eran gratis y las impartían unas viejecitas jubiladas, voluntarias, pero el esfuerzo era mucho ya que para la tercera hora de clase se quedaban dormidas. Nuestro aprendizaje no avanzaba y como el entrenador quería que aprendiéramos inglés lo más rápido posible, nos cambió a una escuela pública, una de las tantas que hay en el sur de California.

En la clase se encontraban estudiantes de los cinco continentes. El primer día de asistencia fue espectacular, nuestra profesora era una joven estadounidense que parecía salida de una película de Hollywood. Tenía cabello rubio, ojos azules, piernas larguísimas; se parecía mucho a Marilyn Monroe.

Daniel Pinoargote, que era “ojo alegre”, quedó inmediatamente prendado de ella, pero no era el único. Había otros estudiantes que compartían su sentimiento por la profe y a medida que pasaban las semanas los estudiantes se disputaban por tener su atención.

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Un día ella le pidió a Daniel que leyera un párrafo del libro de texto. Daniel, casi flotando, se puso de pie, suspiró, y comenzó a leer. Un estudiante armenio que también estaba “flechado” por la profesora, corregía las frases de Daniel. Mi compañero de equipo se detenía y lo miraba y a la tercera interrupción se hizo silencio. Como una exhalación pasó frente a mí un libro que volaba por los aires y la profesora caía de espaldas mostrando sus interiores.

El aula se convirtió en un ring, los estudiantes formaron un círculo alrededor de los pugilistas, los gritos y las arengas de los compañeros se escuchaban en español y en armenio. Era el Medio Oriente contra América, después de unos minutos pudieron separarlos. El armenio, con su orgullo lastimado y un ojo casi cerrado, se retiró maldiciéndonos a los presentes en su idioma.

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Daniel era el héroe del momento. Las cosas se calmaron y la profesora, ruborizada, trató de retomar el control, algo difícil después de lo sucedido. Momentos antes de acabar la clase entró uno de los alumnos que había presenciado la gresca y nos dijo a Daniel y a mí: ¡Huy manito!, afuera hay como veinte armenios con palos y piedras esperando que salgan”.

En cualquier libro de matemáticas veinte contra dos no cuadra. Daniel estaba eufórico y decidido a enfrentarlos, pero logré disuadirlo, de que ”una retirada no es perder la guerra”. Fuimos al baño donde forzamos una ventana y nos deslizamos por ella para hacer nuestra “retirada estratégica”.

Al día siguiente, luego del entrenamiento matutino, Ballatore nos increpó por no querer ir a clase y no nos quedó más que contarle lo que ocurrió. Nos dio tremenda reprimenda.

A la semana siguiente estábamos nuevamente en clases de inglés, de nuevo en el YMCA, pero en esta ocasión Ballatore se aseguró de que la profesora que nos daba clase se pareciera a Granny, la abuela de los dibujos animados de Silvestre y Piolín y le dio un despertador.

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