Cuenca vivirá, mañana, una de sus más grandes manifestaciones culturales –religiosa y pagana; conservadora y cosmopolita– inscrita en su agenda popular: el Pase del Niño Viajero.

Se trata de una fiesta emblemática que trasciende fronteras, y que más allá de constar en los circuitos turísticos de diciembre, es la deuda moral que al menos cincuenta mil azuayos tiene en mente desde mediados de año.

Como toda expresión cultural, tiene una génesis propia: es una representación viva de episodios bíblicos en torno al nacimiento de Cristo, el hijo divino de un dios encarnado en hombre, según la religión católica. Su conmemoración en el seno familiar y luego comunitario, viene desde tiempos de la Colonia.

Estas manifestaciones individuales hallaron su espacio comunitario, integrador, en la denominada “pasada” del Niño Viajero que Rosa Pulla Palomeque inició por encargo exclusivo del sacerdote Miguel Cordero Crespo.

Rosa Pulla, fallecida en 2006, revestía de personajes bíblicos a los niños internados en el Hospital Militar, según recoge un libro de Susana González, cuando en el año 1943 recibió de manos de Miguel Cordero Crespo la imagen de un niño que pertenecía a su familia desde 1823.

A lo largo de los años la tradición se instaló y ganó miles de adeptos, pues entre una de las estrategias de Pulla estaba la de confeccionar panes de pascua con los que visitaba las comunidades rurales aledañas para obsequiar y reclutar a los participantes de la denominada “pasada”.

El complemento semántico de “Viajero” lo obtuvo el Niño tras un periplo de la figura en la valija de Cordero, en 1961, cuando fueron a Roma para que sea bendecida por el papa Juan XXIII. Cuenta la tradición que luego partieron, sacerdote e imagen, para Belén, y juntos estuvieron en el sitio en el que nació Jesús.

El pase del Niño Viajero no es el único de su tipo –hasta febrero, el municipio autoriza unas 120 procesiones similares– pero sí el más representativo, y por el ello el Ministerio Coordinador de Patrimonio Natural y Cultural y el Ministerio de Cultura acordaron, hace dos años, declararlo como Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado.

Su característica ha sido el sincretismo marcado por la creciente migración y una galopante globalización que incorporó, a los personajes de pastores, mayorales y danzantes, otros como papás noeles, spidermans, policías, militares…

En su afán por reivindicar la tradición, esta semana Correos del Ecuador emitió el sello postal del Pase del Niño, como reconocimiento a un patrimonio que ya es de todos.

Por todo ello, es necesario que se excluyan todos los elementos extraños a esta expresión viva de religiosidad popular del pueblo azuayo, elementos que esconden fines propagandísticos y comerciales cada vez más invasivos y desentonados.

La inquietud ha llegado a la Subsecretaría de Cultura del Austro, entidad que debe proteger la integridad de este patrimonio intangible de la nación y resolver el conflicto.

No hay que desconocer que la Universidad Católica de Cuenca ha sido, durante mucho, la sostenedora de la tradición. Pero hoy ya tiene existencia y reconocimiento propios y no merece ser un escenario para el ego y el autoelogio.

La fiesta debe sobrevivir sola.