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WASHINGTON.- La vida de un diplomático no se limita al caviar, los cócteles y seguir las intrucciones de otros. Implica asimismo un pescado gomoso en Bruselas, un restaurante giratorio capaz de marear a los comensales en Kazajistán y una boda musulmana de tres días con cantidades generosas de alcohol, mujeres danzando y calderas con vacas enteras hirviendo.