Estos días me reuní con diversos grupos a los que les transmití la urgencia de que hagamos algo, no podemos seguir así, debemos unirnos y enfrentar a la tiranía. Escuché muchísimas opiniones favorables. Se siente, se huele, un ambiente cada vez más caldeado.

Pero hoy no quiero hablar de los optimistas sino de los pesimistas. Porque también escuché las siguientes respuestas:

Un político de oposición: “No nos apresuremos. La mejor política frente al totalitarismo es dejarlo que se hunda solito; entonces y solo entonces las fuerzas democráticas tendremos nuestra oportunidad”.

Un maestro: “Nosotros ya comenzamos a protestar, pero no le vamos a hacer el juego a la derecha, así que seguiremos solitos”.

Un empresario: “Pues a mí sí me gustaría que alguien hiciese algo, pero yo paso porque no puedo arriesgar el patrimonio de mis hijos”.

Un periodista: “La mejor actitud frente al dictador es ignorar sus insultos y dedicarnos a nuestra tarea de informar y opinar como espectadores”.

Consideremos la opinión de mi amigo el periodista. Muchos colegas creen que a pesar de los demoledores ataques contra la libertad de expresión, la única respuesta legítima es ser testigos de lo que está ocurriendo delante de nuestros ojos, dejándoles a los partidos políticos la tarea de hacer algo.

Recordemos a Juan Montalvo. ¿Acaso se consideraba solo “un testigo” de su época”? ¿Acaso no convirtió su pluma en un arma noble para luchar contra la tiranía? Los artículos del ambateño hicieron vibrar al pueblo, lo sacudieron y lo empujaron a la acción. Cierto es que Montalvo no aspiraba al poder de la espada, el trono o las leyes; prefería el más íntimo, pero no menos efectivo poder de la pluma.

Se me dirá: “eran otros tiempos”, y así es. Eran los tiempos de Gabriel García Moreno y de Ignacio de la Cuchilla. Desde entonces, hace siglo y medio, el Ecuador no había experimentado una tiranía parecida. Hoy esos tiempos reviven. No hay con quién más comparar a Correa. Ni las dictaduras militares, ni la partidocracia, ni los dueños del país, ni el peor de los populismos, degradaron tanto la moral pública.

García Moreno se burlaba con los peores epítetos de enemigos y colaboradores; Correa hace lo mismo. García Moreno hacía obra pública para consolidar su poder; Correa lo imita. García Moreno se encubría detrás de la religión; Correa ha edificado una nueva iglesia y un nuevo Papa. García Moreno permitió el latrocinio; Correa se enfurece con cualquiera que destape la olla de la corrupción. García Moreno se instaló en el poder por casi dos décadas; Correa va por su primera reelección, y si imita bien a Chávez, preparémonos para la larga noche correísta.

A Correa poco o nada le importa que la prensa –cada vez más cercada– sea solo un testigo de su ascenso y gloria. Lo que le preocupa es que retomemos la tradición periodística del 5 de junio de 1895, del 28 de mayo de 1944 o la resistencia a las dictaduras de los años sesenta y setenta. A lo que le teme es a decenas de nuevos Juan Montalvo –no porque se comparen con él, sino porque se inspiren en él– que hagan vibrar a este Ecuador que agoniza y se desangra en la charca del insulto, el desempleo, la inseguridad y la corrupción.