Jaime Rumbea D.

Me encuentro en una reunión social, en medio de la proverbial conversación de salón, cuando alguien interviene abruptamente para dar su opinión sobre el carácter, el humor, la personalidad o el ímpetu retórico del presidente Correa. Generalmente se trata de un ciudadano disgustado por el conflictivo tono que caracteriza el discurso político gubernamental.

No formo parte del Gobierno, ni engrueso las filas de la oposición. Tengo igual relación con unos y otros así que, cuando escucho cosas así, las proceso de manera bastante desinteresada: ¿Cuál es la motivación principal detrás de estas inquietudes?, ¿en qué razones encuentran asidero quienes evidencian su aversión al tono de Rafael Correa?

Se me dirá que hablo de reuniones que agrupan a un restringido grupo de la población, denominado élite. No me cabe duda –he de responder– que si usted lee páginas editoriales en los medios, escucha comentarios, análisis televisados y navega en internet, entonces comparte poco con la mayoría de los ecuatorianos y tiene más en común con un pequeño grupo de personas. 

Si sigue leyendo este artículo, debe ser porque tenemos algo en común y me atrevo a garantizar que en su círculo social, debe haber escuchado inquietudes como las que glosé algunas líneas más arriba; usted forma parte de una élite.

Ahora, las razones y argumentos que caracterizan a las élites hoy en día, en sus debates políticos, se alejan de las que nuestro sentido común tendería a atribuirles. Son de hecho, salvo excepciones, razones mucho menos sesudas y menos cercanas a la realidad que las que caracterizan la reflexión política de ciudadanos que seguimos categorizando como población desinformada: clases trabajadoras, clase media, clase popular y otros siempre antipáticos nombres de catálogo. Mark Penn, el mayor encuestador de Estados Unidos, ratifica que esta percepción no está lejos de la realidad.   Con datos estadísticos, afirma Penn en Microtrends que a mayor grado de formación y mayor nivel de ingreso, menor profundidad del debate político.

Quienes tienen una posición cómoda para concentrarse en sus labores diarias, especializadas, privadas, suelen desconectarse de los principales problemas sociales y enfocarse en rasgos personales de la política: que Correa es simpático, antipático, es peleón o neurótico, es gran orador, que está en todos lados, entre otros aspectos espectaculares de la política que afectan su tranquilidad diaria. Quienes no pueden darse ese lujo tienden –según los datos de Penn– a centrar su preocupación en hechos que creíamos alejados de su capacidad de análisis. El costo de la vida afecta más del nivel medio de ingreso hacia abajo que hacia arriba. El costo y las condiciones de la educación pública, no significan nada para quien puede pagar educación privada.  Estos y otros problemas que resultan tener una incidencia efectiva en nuestra política, significan mucho más para las clases populares que para la élite, y su voto lo evidencia.

Sea usted de la oposición o un aliado del Gobierno, por el liderazgo que le permite su acceso a información, el reto está en que sus argumentos y razones políticas logren ser voz de verdaderos problemas sociales.
 
Según cual sea su elección, usted puede resolver más problemas sociales y políticos en un día, que dedicando ese tiempo al hígado del Presidente.