Fue un 8 de marzo. Ese día, dedicado a la mujer, John Fajardo fue detenido bajo la sospecha de haber violado a 16 adolescentes en un barrio al norte de Cuenca. Aquella mañana intentaba cruzar una transitada avenida hasta su casa, y por ello corrió. Una adolescente que viajaba en un bus creyó identificar en él a la persona que tres meses antes le había arrebatado, a la fuerza, su virginidad.
Acompañada con un policía siguieron a Fajardo hasta su casa. Con engaños –fingieron estar interesados en un departamento– lo sacaron hasta la calle y fue cuando el policía, que no tenía boleta alguna, le comunicó que lo trasladarían a la cárcel por sospecha de violación. Ignoraba sus derechos de ciudadano y por ello no opuso resistencia. Una vez en el Centro de Detención Provisional lo esposaron. El policía que lo detuvo llamó a sus amigos periodistas. Ellos, diligentes, publicaron la nota al día siguiente, con foto y sin concederle la presunción de inocencia.
Un reportero de televisión, vecino del “sospechoso”, fotocopió la noticia y la pegó en varios postes de alumbrado público. Con ayuda del párroco instaló un televisor y por los altoparlantes de la iglesia convocaba: “Venga a reconocer al violador del barrio”. La madre y hermana de Fajardo querían desaparecer. La Policía acusaba y la prensa local había dictado sentencia: culpable.
Solamente una de las 16 chicas abusadas insistió en la culpabilidad del acusado. La Policía habló de “semanas de trabajo de inteligencia” y “retratos hablados”. Fajardo soportó 70 días de cárcel, sometido a todo tipo de abusos imaginables.
Los exámenes de ADN practicados al acusado y al esperma que un médico legista tomó de una de las víctimas y lo congeló, reveló que prensa y Policía se equivocaron.
Nunca hubo “semanas de trabajo de inteligencia”, ni retratos hablados, como lo admitió la fiscal encargada del caso. Solo negligencia profesional de Policía y prensa, e insistentes presiones por encontrar a un culpable de la cadena de violaciones.
Desde que me enteré del caso, cuando Fajardo tomaba una terapia psicológica, no he podido dormir en paz. No sé si el resto de involucrados lo hará.
Ni el tardío dictamen fiscal absolutorio, ni el “admitimos nuestro error” de la prensa local han devuelto la paz a Fajardo y su familia. Ni a ellos ni a Elías Barberán, a quien en Quito lo presentaron en una rueda de prensa como el culpable de la muerte de un hincha de Liga de Quito. Tampoco al boxeador Jaime Orlando Quiñónez, exhibido por la Policía del Azuay como “integrante de una peligrosa banda” cuando acompañaba a unos amigos a cobrar una deuda.
Por el bien ciudadano, prensa y Policía deben revisar sus procedimientos técnicos y éticos.
Ya lo dice Javier Darío Restrepo, maestro de ética en la Fundación por un Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez: “Es posible ser un profesional de óptimas calidades técnicas y pésimas calificaciones éticas: un cirujano de la más alta técnica profesional olvida las normas éticas de su profesión y convierte su ejercicio en un negocio de elevados rendimientos… Ética y técnica están divorciadas, pero no en el periodismo”.