Enseñar es, esencialmente, trasmitir conocimientos. También es instruir con reglas o preceptos, exponer algo para que sea aprendido.
Educar, en cambio, según el Diccionario de la Real Academia, es: dirigir, encaminar, doctrinar, desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño y del joven por medio de preceptos, ejercicios y ejemplos.
Tiempo atrás se ponía énfasis en la enseñanza. Se hablaba de enseñanza primaria, secundaria y superior o universitaria. Hoy hablamos de educación, –educación primaria, secundaria, y universitaria–. No se trata de un simple cambio de etiquetas, sino de un importante cambio en el objetivo de ampliar y profundizar la inteligencia y capacidades de los educandos.
A nivel primario se requiere sobre todo del proceso educativo, en el sentido de estimular y favorecer el desarrollo intelectual, antes que transmitir conocimientos o información, con la circunstancia favorable de que a su temprana edad el niño tiene una extraordinaria aptitud para la asimilación y el aprendizaje.
A nivel medio sigue siendo importante fomentar hábitos de estudio, y expandir la capacidad de raciocinio y de crítica. Por fin, a nivel superior, el joven cuyas capacidades han madurado, puede ser impulsado a ampliar y consolidar conocimientos, que le serán indispensables para su desempeño profesional futuro.
Enseñar es más fácil que educar. Cada día surgen, entre otros, nuevos procedimientos audiovisuales para transferir conocimientos e información. Si el educando los asimila o no, es otro problema.
Por otro lado, el profesor o maestro con niños a su cargo, habrá de ser tanto más un genuino y competente educador, cuanto menor sea la edad de los niños.
En forma paralela, evaluar los conocimientos de los maestros es más sencillo que valorar las iniciativas, habilidades y destrezas de los educadores.
Un ecuatoriano, lector de EL UNIVERSO y maestro con muchos años de experiencia, me escribe por correo electrónico: “Aquí en los Estados Unidos rendimos pruebas en el Nacional Teaching Examination, ahora llamado Praxis. Este examen se divide en las siguientes áreas: conocimiento general, es decir conocimiento elemental en todas las áreas, luego vienen los exámenes de especialización. El maestro de matemáticas tiene que examinarse en esas materias; el de lenguaje, en las suyas y así sucesivamente”. Menciona, además, que altas notas en pruebas de conocimientos, no garantizan que el evaluado sea un buen maestro. Hay casos en que otros, con notas menos buenas o incluso regulares, resultan excelentes maestros. Son casos que pueden ser detectados en un adecuado sistema de evaluaciones. Añade que en Estados Unidos las evaluaciones se aplican desde hace tiempo y a ningún maestro se le ocurriría negarse a dichas pruebas.
Ciertamente, las experiencias de otros países deberían servirnos, también, a nosotros.