Simón Pachano
Electoralmente, el triunfo de Rafael Correa fue inapelable. Es absurdo sostener que el 52% que señala el conteo rápido es una derrota porque significa una reducción con respecto al 62% que aprobó la Constitución. Eso es comparar manzanas con adoquines y desconocer que el electorado, por desinformado que sea, sabe lo que está votando. Es una argucia sacar el porcentaje con respecto al total de votos, incluyendo nulos, blancos y ausentismo, ya que las normas vigentes desde 1978 determinan que la referencia son los votos válidos. Así se lo ha hecho en todas las elecciones y ello no ha menoscabado la legitimidad de los resultados. Además, este argumento resulta inaceptable en un demócrata porque significa desconocer las reglas del juego en medio partido. No tiene sentido, así mismo, afirmar que la mitad de la población –o más de ella si se juega con el total del padrón– votó en contra del presidente-candidato. Frente a él solamente existe la enorme dispersión que ha caracterizado durante treinta años al sistema político ecuatoriano.

Tampoco es correcta la interpretación sobre la votación de Lucio Gutiérrez. Creer que él puede encabezar la oposición porque obtuvo un inesperado 28% es desconocer que gran parte de esos votos –seguramente alrededor de la mitad– no le pertenecen. Se benefició del voto duro de rechazo a Correa, que en otras condiciones jamás se habría ido hacia Gutiérrez. Era el que podía expresarse en las posiciones radicales de derecha, con Álvaro Noboa, o de izquierda, con Martha Roldós, que se desplomaron cuando se impuso el pragmatismo del voto útil por el segundo. Por tanto, es un hecho coyuntural, una consecuencia del momento específico que vive el país y que terminó en el momento mismo de la elección. Además, para que alguien tome el liderazgo de la oposición será necesario que construya propuestas, que presente un programa, que sustente posiciones, y eso es lo que menos apareció por el lado del ex presidente y es prácticamente imposible que aparezca en el futuro. Su presencia política es un fenómeno sociológico que expresa la situación de una pequeña parte de la población nacional, sin la dimensión de una línea política claramente definida.

Para decirlo en dos palabras, no vale la pena basar el  análisis en supuestos falsos, porque de esa manera se llega al autoengaño, a eso que en inglés se denomina  wishfull thinking.  Cabe más bien prestar atención al escenario que se abre con una posible minoría gubernamental en la Asamblea Legislativa y al estrecho margen que tendrá el Gobierno para enfrentar la crisis económica. En esos dos aspectos se encuentra la debilidad de la Revolución Ciudadana. Si se confirman los resultados del conteo rápido, la próxima Asamblea se parecerá a todos los congresos del pasado, con la secuela de bloqueos que frenan la acción del Ejecutivo y esa será la peor situación para que este maneje la economía. Pero, aún así, eso no significa que la oposición se ha fortalecido. Para que eso ocurra primero debe existir y no ser el producto de un autoengaño.