Las vacas y cerdos que salpican las llanuras planas y verdes en la parte sur de los Países Bajos crean un paisaje bucólico. Sin embargo, vistos a través del lente del conteo de gases de invernadero, son chimeneas vivientes que arrojan metano al aire.

Ésa es la razón por la que un grupo de granjeros convertidos en ecologistas en una granja de investigación maloliente, pero impecablemente limpia, en Sterksel, tiene un nuevo enfoque a la energía limpia: cocinan el estiércol de sus 3.000 puercos para capturar el metano atrapado en su interior y luego utilizan el gas para hacer electricidad.

El proyecto es un raro ejemplo de los incipientes esfuerzos por mitigar las altas emisiones del ganado.

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Sin embargo, necesita hacerse mucho más, afirman los científicos, al tiempo que cada vez más personas del mundo comen más carne.

Al dar a conocer su cifra más reciente sobre las emisiones, el mes pasado, los funcionarios climatológicos de las Naciones Unidas citaron a la agricultura y al transporte como los dos sectores que seguían siendo los más “problemáticos”.

“Es un área que ha sido pasada por alto en gran parte”, apuntó Rajendra Pachauri, ganador del Premio Nobel y director del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, de la ONU.

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Los billones de animales de granja alrededor del mundo generan el 18% de las emisiones que elevan las temperaturas globales, de acuerdo con cálculos de la ONU, incluso más que los autos, autobuses y aviones.

Sin embargo, a diferencia de otras industrias, como la elaboración de cemento y la energía, que enfrentan una enorme presión política y regulatoria para volverse más ecológicas, la agricultura a gran escala apenas comienza a ser objeto de escrutinio al tiempo que los elaboradores de políticas, granjeros y científicos buscan soluciones.

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Entre las soluciones de alta tecnología están algunas como el proyecto en Sterksel, llamado “captura de metano”, así como inventar alimento que hará que las vacas eructen menos de este gas, que atrapa al calor con 25 veces más eficiencia que el dióxido de carbono.

Otras propuestas incluyen todo desde convencer a los consumidores de comer menos carne hasta implementar un “impuesto de pecado” sobre la carne de puerco y de res.

Sin embargo, tales propuestas incipientes son parte de un abrumador esfuerzo por recuperar terreno perdido. En los grandes países desarrollados, como China, India y Brasil, el consumo de carne roja se ha incrementado un 33% en la última década. Se espera que se duplique a nivel global entre el 2000 y el 2050.

Producir carne requiere crear nuevos pasturas y labrar más tierra para alimentos importados, particularmente soya. Esto ha contribuido a la tala de selvas tropicales, particularmente en Sudamérica, lo que despoja al mundo de cruciales “resumideros de carbono”, las vastas extensiones de árboles y vegetación que absorben el dióxido de carbono.

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“No estoy seguro de que el sistema que tenemos para el ganado pueda ser sostenible”, expresó Pachauri, de la ONU. Como científico realista, sugiere que la solución “más atractiva” a cercano plazo es que todo el mundo simplemente “reduzca el consumo de carne”, una acción que, asegura, tendría más efecto que cambiar a un auto híbrido.

Laurence Wrixon, director ejecutivo de la Secretaría Internacional de la Carne, comentó que sus miembros estaban trabajando con la Organización de Alimentos y Agricultura para reducir las emisiones, pero que el principal problema era el rápido crecimiento del consumo en los países en vías de desarrollo. “Así que, nos guste o no, va a haber una creciente demanda de carne, y nuestra labor es hacerla tan sostenible como sea posible”, manifestó.

En el proyecto para producir electricidad de estiércol, en Sterksel, los desechos de miles de cerdos son combinados con materiales de desperdicios alimenticios locales y bombeados a depósitos calentados llamados digestores. Ahí, las bacterias liberan el gas natural del interior, que es quemado para generar calor y electricidad.