Las revoluciones sangrientas del siglo XX tenían en común una pasión por la igualdad que superaba a aquella por la libertad.
En 1989 se cumplió el segundo centenario de la Revolución Francesa, así como también cayó el muro de Berlín. Marc Fumaroli de la Academia Francesa, dice que en ese año “de pronto, se hizo imposible no solo esconder o atenuar, en nombre del postulado de un radiante porvenir, el carácter carcelario del régimen soviético y el río de sangre y de torturas que su tiranía no había dejado nunca de hacer correr, sino también negar por más tiempo el giro feroz y sangriento que había tomado en 1792 la Revolución Francesa: la igualdad y los derechos del hombre impuestos en París y en las provincias por la cuchilla de la guillotina”. Luego añade que “todos los Terrores ‘rojos’ del siglo XX han procedido de ideologías igualitarias tan sumarias y abstractas como aquella (de la Revolución Francesa)”.
Pero volviendo a Popper, este decía que las utopías presuponen una sociedad ideal y que es imposible concebir tal sociedad a través de los métodos científicos y de la lógica. Por ende, las diferencias de opinión acerca de cómo debería ser esa sociedad ideal “no siempre pueden ser resueltas a través del método de la argumentación”. Entonces, “el utópico debe ganarse, o destruir, a los utópicos que compiten con él y que no comparten sus objetivos utópicos y quienes no profesan su religión utópica”. Y para destruirlos el utópico se debe valer de la violencia, la cual según Popper comprende la propaganda, silenciar a los críticos y la aniquilación de toda oposición.
Los planes utópicos suelen pedir el sacrificio del individuo por el todo (la Constitución de Montecristi así lo pide en el artículo 83) o por generaciones futuras. No obstante, Popper decía que “ninguna generación debe ser sacrificada por el bien de una generación futura... nunca deberíamos pretender balancear la miseria de alguien con la felicidad de otro”. Además que “aquellos entre nosotros que creemos en el hombre como es, y que por lo tanto no hemos renunciado a la esperanza de derrotar la violencia y la irracionalidad, debemos demandar… que a cada hombre se le permita dirigir su propia vida en todo momento en que esto sea compatible con el igual derecho de otros”.
El reino de los “filósofos reyes” –individuos que equivocadamente creen que el conocimiento y la razón son instrumentos que justificarían que ellos se tomen el poder y ejerzan violencia, si es necesaria para lograr sus fines utópicos– pone en peligro la libertad y la paz en nuestro país.
El día que nos gobiernen individuos verdaderamente racionales –que según Popper son aquellos que siempre “están conscientes de lo limitados que son sus conocimientos, y del simple hecho de que cualquier habilidad crítica que poseen se la deben a la interacción intelectual con otros”– tendremos un gobierno que no nos prometa el “buen vivir”, o algo parecido al cielo en la tierra, sino solamente los derechos más elementales. La revolución que necesitamos es aquella que nos garantice igualdad ante la ley, no la igualdad formal y material que solo una guillotina puede intentar garantizar.