Los cronistas cuentan que cuando los conquistadores llegaron a ciertas ciudades de la actual costa ecuatoriana se asustaron al ver a los nativos con unas ‘alas de murciélago’ sobre la cabeza. Eran en realidad las hojas tejidas de una palmera y no la piel de murciélagos que ellos imaginaban. Hacia 1630, el español Francisco Delgado descubrió que los nativos poseían una habilidad especial para trenzar la fibra vegetal y se le ocurrió convertir las monstruosas ‘alas’ en ‘tocas’ de religiosas. De ahí el nombre de ‘toquilla’. El primer ejemplar de sombrero de paja toquilla, tal como lo conocemos actualmente, se confeccionó justamente en 1630; sin embargo, hasta el siglo XIX, el Ecuador no comenzó a exportarlos. Los sombreros empezaron a venderse en los puertos panameños, y los primeros compradores fueron los buscadores de oro que acudían a California pasando por el istmo. A esta circunstancia se debe que los sombreros hayan entrado en el mercado estadounidense. Se cuenta que en 1898, durante la Guerra de Cuba, el gobierno de Estados Unidos hizo al Ecuador un pedido de cincuenta mil sombreros, a fin de que sus tropas pudieran protegerse del inclemente sol del Caribe. A mediados del siglo XIX se convirtió en sinónimo de elegancia en Europa. En 1855, un francés –Philippe Raimondi- residente en Panamá presentó varias muestras en la Exposición Universal de París. Los franceses quedaron impresionados por el fino material y en poco tiempo el sombrero se impuso como accesorio imprescindible del buen vestir. Su uso se extendió entre la realeza cuando el emperador Napoleón III se mostró luciendo uno de ellos. El 1880, el ingeniero francés Ferdinand de Lesseps, emprendió la construcción del Canal de Panamá. Las fotos en blanco y negro de la época muestran a los obreros portando el famoso sombrero, pues era el que más se adecuaba a las condiciones climáticas de la zona.