| Fotos: Diógenes BaldeónLa propietaria de la librería Rayuela en Quito nos cuenta de su vida en medio de los libros. Mónica Varea llegó al mundo de los libros por puro accidente. Una gastritis aguda le llevó a buscar ese refugio “únicamente por seis meses”. Veinte años después reconoce que se cumplió el vaticinio que su maestro Enrique Grosse (en ese entonces fundador y propietario de Libri Mundi) le había augurado: “Quien ingresa al mundo de los libros se vuelve loco y no puede separarse jamás del oficio”.Ahora, la Moca, como le llaman sus amigos y familiares, ha creado su propio oasis de la lectura, denominado Rayuela, en honor a la novela de Julio Cortázar y lo lúdico y universal de ese juego y de la lectura. En esta singular librería, el olor a café recién pasado y un calor como de hogar de puertas abiertas, sorprende en medio de las elegantes y perfectamente organizadas estanterías que albergan las obras más diversas. El ritual Esa misma imagen cálida y refinada es la que proyecta también Mónica Varea, quien se decidió, hace doce años, a asumir el oficio de librera independiente. Recuerda que solía recibir a sus clientes en una pequeña oficina donde tenía los libros, que traía bajo pedido, bien ordenaditos. Bastaba llamarla o mandarle un mail pidiéndole una obra, para que ella la trajera desde cualquier parte del mundo.Siempre les servía café en una pequeña mesita plegable. La costumbre no se ha perdido, aunque ahora existe un sitio más espacioso para el ritual.“Ser librera para mí es vender el alma”, dice esta latacungueña de 50 años, espigada y de grandes ojos miel, mientras se sienta en almohadones de colores colocados especialmente para los niños lectores, en el área infantil de Rayuela. Ella tiene la teoría de que cuando una persona se ha dedicado al oficio de librero, llega a conocer tanto a sus clientes, que “en la medida en que sabes qué leen, conoces un poquito de su alma”. No importa si son muy serios e intelectuales, librepensadores, ambientalistas, filósofos, rastafaris y mochileros, amas de casa, miembros de los clubes de lectura... Todos y todas muestran el alma al comprar un libro. En esta librería hay de todo, pero de lo más selecto: ciencias humanas, antropología, filosofía, política, psicoanálisis, fotografía, música, buena literatura. Aunque no es su línea, los best sellers también tienen su espacio en Rayuela, al igual que Harry Poter.A la hora de recordar cómo construyó su vínculo con los libros, Mónica asegura que una librería le remite a su infancia, cuando entraba al cuarto de escritorio de su padre, el médico Marco Varea Terán, “siempre con ese olor a papel y tinta... Mi papá leía desde los discursos de Velasco Ibarra, hasta libros de medicina y sobre eso versaban las conversaciones de la sobremesa”.Así fue cultivando ese ojo clínico para los buenos libros. Pero como librera profesional, en época de globalización, Mónica asegura que monitorea el pulso de la demanda de literatura, a través de varias herramientas. “Me ayudo mucho con internet, pero a la vez, las propuestas salen de los propios clientes”. Cuento y golosinaAdicionalmente, se siente privilegiada por poseer una gran fuente de información, única, que es la colección de bibliografía que le heredó Grosse sobre librerías. De todos modos, reconoce que el trabajo también tiene sus partes desgastantes, como el trámite de las importaciones y el mundo de los agentes afianzados de aduana.A pesar de todo, dice, sus proveedores internacionales le han brindado mucha ayuda: “Me tratan bien, me sorprende la apertura que hay en el exterior para darte plazo y crédito, sabiendo que somos pequeños y que no cuentas sino con tu palabra como única garantía de lo que estás comprando”.Pero la labor de la Moca, no termina en el servicio de los libros, sino que considera que “detrás de un librero, siempre debe haber un gestor cultural”.Por eso durante el primer año de vida, que se cumplió el 1 de abril pasado, Rayuela ha albergado varios actos culturales con la presencia de un sinnúmero de autores.Y como siempre hay que renovarse, aunque se siga siendo joven, para julio realizará “Cuento y Golosina”, una serie de jornadas para incentivar la lectura a los más pequeños haciéndolos interactuar con los escritores y, por supuesto, degustar ricas golosinas.La premisa es revertir esa idea de castigo al que se somete a los estudiantes mandándolos a la biblioteca y añade bromeando “Que los castiguen con ir al laboratorio en donde está la calavera, hasta en eso estoy de acuerdo, pero no a la biblioteca”.