Su edad cronológica es de 70 años, pero cuando conversamos con él parece que se trata de ese mismo joven visionario que un día vio en el norte de Guayaquil el sector propicio para construir muchas viviendas; se trata de lo que hoy conocemos como Alborada.Este nombre fue aprobado en su momento por todos los involucrados en el proyecto, menos por él. Era 1972. “Mi esposa Toya quiso llamarla así. Dijo que le parecía un nombre que denotaba nacimiento, algo nuevo, pero a mí no me gustó; luego, claro, tuve que aceptarlo”, dice Pablo Baquerizo Nazur mientras bebe un poco de té aromático en un cómodo sillón de su oficina.Nació en Babahoyo el 4 de octubre de 1936. Constructor, diseñador e ingeniero, tres actividades que, al igual que a su hermano Rodolfo, lo mantuvo “independiente” de su familia. Y es que ese fue el objetivo inicial de haber elegido esta carrera.“Los hermanos Baquerizo siempre han sido muy solidarios; si uno de ellos enfrenta un problema, todos se unen enseguida para ayudar a resolverlo, y si alguno tiene una alegría, es la felicidad de toda la familia. Guillermo Enrique, Jorge, Carlos, Rodolfo (fallecido), Julieta, Esther, Guillermo Ignacio, Guillermina, María Rosa y Mario Guillermo aún conservan esa unión inculcada por sus padres, don Guillermo Baquerizo, ecuatoriano, y Julieta Nazur, de origen libanés”, relata su esposa Toya en el libro Como Dios manda, la vida de Pablo Baquerizo Nazur.Y sobre este texto, el artífice de la construcción de la Alborada y también de Samanes (ambas urbanizaciones cubren 4’900.000 m²) dice jocosamente: “Ella escribió todo lo bueno de mí en este libro. Creo que pensaba que me iba a morir pronto, pero la defraudé”. Y sonríe. Y nos cuenta que desde hace nueve años está librando una batalla contra la muerte por un grave problema de salud. Pero prefiere tocar el tema más adelante. Por ahora, su mirada se dirige hacia los recuerdos, esos que lo transportan a hace más de 40 años...“Me caso con esta flaca”.Esa fue la primera idea que se le vino a la mente a Pablo Baquerizo cuando conoció a la que después de cuatro años sería su esposa, Toya Vivar, a quien conoció en una reunión social.De ese matrimonio nacieron Vicky, arquitecta; Jimena, decoradora, y su hijo Ing. Pablo Baquerizo Vivar, quien heredó también la vena constructora. Actualmente, este último está concentrado en la reactivación de la Isla Mocolí. Para su padre, un proyecto que lo llena de orgullo.“La Isla de Mocolí, ubicada en el kilómetro 5,5 vía Durán-Samborondón, se detuvo un tiempo, pero ahora está cobrando movimiento. Cuenta con canchas de golf, con un centro recreacional, entre otros servicios que darán una gran vitalidad a esa zona”, indica el orgulloso padre.Pablo –como prefiere ser llamado, así, sin formalidades– desde niño se las ingenió para ganarse la vida. A los 17 años, por ejemplo, fue designado inspector de Luz y Agua en Babahoyo; tres años después fue nombrado Fiscalizador del Control de Piladoras del Guayas, y ya en su vida adulta, en el campo de la ingeniería, su primera obra fue la construcción de una villa solicitada por Ignacio Ibáñez, en Urdesa. En esta etapa de su vida construyó kioscos, mallas para estadios y en general todo lo que se relacionaba con esa carrera.La vida intensa de este hombre solo puede caber en un libro como el que escribió su esposa Toya, pero citando los principales momentos de su aporte laboral podemos rescatar el trabajo con la compañía Sovief en 1960, dirigido por los ingenieros Ramón Fernández Fernández y Tadeo Pavisic Drachnik. Ellos construyeron el edificio de Angloecuatoriana.En su biografía también se destacan sus años en la Constructora Cóndor, en la cual trabajó también con Ricardo Palau Jiménez. Ambos construyeron carreteras a Cariamanga, Loja y Sozoranga, lugares a los que viajó Pablo continuamente durante el año.Expromar, una fábrica de Manta que exportaba productos de mar, también fue construida por él. Sus principales eran Rafael Franco Barba y Enrique Baquerizo Valenzuela.La Constructora Cóndor luego de incorporar nuevos socios realizó importantes obras en el Ecuador, y el trabajo constante de Pablo así como la diversificación de su labor en la construcción lo llevaron a efectuar otras pequeñas grandes obras (ver recuadro).<strong>Otra vez Alborada<br /></strong>Un aspecto que le preocupa a Pablo Baquerizo es el desarrollo inmobiliario que actualmente se está dando en el país. Él considera que los constructores de hoy deben aprovechar el hecho de tener ordenanzas que facilitan la construcción de viviendas tanto independientes como por etapas, algo con lo que él no contó cuando levantó la primera piedra en la Alborada. Enfrentó circunstancias adversas para su construcción, pero su tenacidad, persistencia y honestidad ayudaron a que este proyecto se convirtiera en la realización de un sueño. Se transporta nuevamente a aquella época...“Los tenedores de tierra del sector donde se levantaría la gran urbanización era la familia Gómez Pareja, pero la Junta Militar de aquel entonces nos expropió los terrenos. El objetivo inicial era levantar mil viviendas anuales. Los inversionistas confiaron en nosotros, pero no me canso de decir que la Alborada la construyeron sus habitantes; sin su confianza no existiría nada de lo ven ahora”, señala el Ing. Baquerizo.<strong>Los involucrados<br /></strong>Para aquel entonces se había creado el Consorcio VIS (Viviendas de Interés Social), integrado por los socios Rodolfo Baquerizo, Raymond Raad, Alfredo Grégor, José Juez, Alfredo Mancheno y Pablo Baquerizo, quien fue designado gerente general. Esta función la ejerció hasta la culminación del proyecto. Marcel Laniado de Wind, del Banco del Pacífico, invirtió 2 millones de sucres como sustento financiero; igual cantidad invirtió Filanbanco.Para evitar que los terrenos sean expropiados, Pablo se entrevistó con el general Guillermo Rodríguez Lara, jefe de la dictadura militar. “Durante esa reunión le presenté los estudios y los planos terminados. Le expuse los beneficios que representaba para Guayaquil la construcción de un proyecto de esta magnitud. Finalmente Bombita (como se lo conoció al general Rodríguez) modificó el Decreto de Expropiación y pudimos empezar a construir”, señala.En esa modificación la mitad de los terrenos quedaba con los constructores de la futura Alborada y la otra mitad estaba bajo potestad de la Junta Militar, la cual construyó lo que ahora es Sauces en Guayaquil.Cada casa de la Alborada se vendió a un promedio de 127 mil sucres. Los plazos que se daban para la entrega siempre se cumplieron, inclusive las viviendas fueron entregadas antes de lo prometido. Más adelante vendría la apertura del Albocomercio a cargo del Ing. Raymond Raad, y conjuntamente la apertura de importantes locales comerciales.Los nuevos desarrollos han sido ejecutados por sus hijos, los de su hermano Rodolfo y de su socio Alfredo Mancheno Orellana.Entre estos proyectos están: Vía al Sol, Portal al Sol y Arcadia (todos en la vía a la costa, este último por salir, obra de los ingenieros Leopoldo Amador Pontón y Leopoldo Amador Burbano). También se encuentran: Ciudad Celeste, Villa Club, La Joya (en la vía a Samborondon), a cargo de los hijos de su hermano Rodolfo; Valle Alto (en la vía a la costa), de Alfredo Mancheno Mancheno, hijo de Alfredo Mancheno Orellana, su socio en la Alborada y Samanes.<strong>Urbanismo y su batalla principal<br /></strong>Hoy, la Alborada constituye un ejemplo de desarrollo, pero... ¿se atrevería a construir algo igual actualmente? Pablo responde que no. Y no lo haría por seguridad. Más bien él plantea como posible construir pequeñas ‘alboradas’, algo así como las urbanizaciones que se desarrollan actualmente en Guayaquil.Sobre el crecimiento de nuestra ciudad y su déficit habitacional, cree que el problema principal radica en los créditos limitados que actualmente ofrece la banca y porque “no se promocionan instrumentos crediticios que facilitarían la adquisición de una vivienda”. Uno de ellos son las cédulas hipotecarias.Está convencido de que se necesita la construcción de 11 mil viviendas anuales y que conjuntamente con las facilidades de pago y nuevos proyectos se deben solucionar problemas vitales que no permiten un normal desarrollo de la ciudad. Uno de estos es el transporte.“Pienso que deberíamos tener la segunda vía perimetral un poco más allá del Puerto, esto facilitaría mucho la comunicación y el descongestionamiento”, afirma.Toma un sorbo de su té aromático y nos comenta sobre su batalla principal. Hace nueve años le detectaron un tumor en el riñón, se operó, salió bien pero luego le apareció otro en la próstata. Se lo extirparon, pero hace un tiempo viene luchando contra la propagación de células cancerosas en su estómago y parte de su columna.“Los médicos están sorprendidos con mi recuperación. Estoy respondiendo bien a un tratamiento conocido como inmunoterapia cuyo objetivo es disminutir la enfermedad que tengo. Pero más allá de eso, pienso que son mis ganas de vivir, y sobre todo el amor y el apoyo de toda mi familia. Eso es lo principal”, concluye.<em>Los constructores de hoy tienen mayores posibilidades de levantar planes inmobiliarios en relación a lo que yo tuve que vivir en mi época. El comprador debería tener mayores facilidades de pago”.<br /><strong>Pablo Baquerizo Nazur</strong></em>