Pese al proyecto de recuperación, pobladores contaminan diariamente el estuario.

“No son cangrejos, sino bichitos que salen del estero, si te saltan en la cara, se te meten en los ojos y se te los comen”, advierte Walter Huacón, diez años, a sus amigos que están en el patio de su casa en el suburbio, ubicada al pie del estero Salado.