Es hijo del director coral Enrique Gil y quiere alcanzar un nombre en el campo de la música. Estudió en Argentina y regresó hace un mes a Guayaquil.

A los 5 años pisó por primera vez el Conservatorio Antonio Neumane. A los 7 recibía clases de piano con una maestra particular y cuando llegaba a su casa, su padre le exigía más. A los 11 se cansó y dejó los estudios musicales.

Su papá, Enrique Gil, director coral, y su madre, la abogada Miriam Estrada, quien no se involucró con el arte pero fue exigente, nunca lo presionaron a seguir la carrera musical.  A pesar de su rechazo momentáneo, el  feeling por el arte estuvo en su corazón.

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 Fernando Gil (29 años) siempre fue inquieto y con oído musical. Toca el piano, la guitarra, el bombo leguero y canta, pero más disfruta de enseñar a cantar. Es por eso que el refrán “de tal palo tal astilla” se cumple con él.

Cuando cumplió la mayoría de edad con un grupo de amigos formó el grupo Confesiones, de música folclórica. Posteriormente, Shubert Ganchozo lo llamó para que tocara con él y por medio de un amigo baterista, Hernán Huerta, se introdujo en Los Bolaños Jazz, y al mismo tiempo los fines de semana cantaba con la agrupación Océano.

Fuma, sobre todo cuando está nervioso, atrás quedó la época de beber desenfrenadamente, llegó un día en que dijo: no más, y ahora toma socialmente.
En 1995 su papá le propuso que formara un coro de niños y le tomó un año aceptar la propuesta. Se animó y vivió esa experiencia como propia.

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Transcurrió el tiempo y Fernando sintió la necesidad de retomar los estudios. Le propuso a su familia obtener su licenciatura en dirección coral en la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza (Argentina).

Estudió dos años e interrumpió la carrera por la crisis económica de ese país, pero  en septiembre concluirá los estudios en Venezuela.
Estar lejos de su tierra le enseñó a valorar la amistad, la familia, y descubrir que el don de la música no es un talento que debe guardar para él solo, es algo que compartirá con los demás cuando regrese.

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 Algo más...

 Su vida  transcurrió entre artistas, cuando era pequeño conoció a la bailarina cubana Alicia Alonso. Su hermana es la soprano Beatriz Gil, con quien compartió escenario el martes pasado.

 Sus mejores  amigos son el flautista Carlos Prado y el jazzista Roberto Bolaños.

  No le gusta leer  mucho, pero se inclina por la poesía de Mario Benedetti y por Pablo Neruda.

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Si no hubiese  sido músico, dice que hubiera estudiado medicina, aprobó el preuniversitario con las mejores notas.