La plataforma racionalista de este título es evidente. Heredera de Descartes, nos convenció durante mucho tiempo y ratificó la jerarquía entre los seres vivientes que brotaba de la Biblia. Solo el hombre piensa, por tanto, todos los demás reinos podían ser utilizados y devastados por el humano. Mediaba solo un paso hacia considerar que los “diferentes” –negros, nativos de las colonias– eran subespecies que se esclavizaban y vendían.

Era el siglo XVII, esplendor del europeísmo tanto en el filosofar como en sacar réditos de sus conquistas. Tuvieron que venir otras perspectivas para que se invirtiera la fórmula del sujeto cartesiano: el otro existe, luego piensa. Y desde allí mirar con efecto espejo, al que comparte territorio y ancestros (aunque estos estén poco señalados en el rostro), con nosotros.

Recuerdo que el catecismo le sacó mucho partido al “uso de razón” para hacernos diferenciar la virtud del pecado y cuánto valía para superar las debilidades. Se nos conducía a la primera comunión cuando se nos creía capaces de discernir sobre el bien y el mal, lamentablemente sostenidos por la culpa y la necesidad de perdón. Todo eso era un buen conjunto de ideas a las que le salía al paso el concepto de fe, que siempre me pareció muy misterioso. Pero allí iba yo, bien persuadida de que mi capacidad de razonamiento me permitiría elegir el buen camino.

Las clases universitarias de Lógica y de Sicología permitieron a mi generación reflexionar sobre la subjetividad y los desconocidos contenidos de la psiquis. La cosa era compleja porque las emociones también constituían lenguaje y medio de interpretación de la realidad. Estudiando poesía me di cuenta de que el idioma batallaba arduamente con el yo interior para conseguir aproximarse al flujo desbordante que rompía los sentidos obvios en pos de los oscuros, de los intensos, de los ampliamente semánticos. Por tanto, no todo se podía decir con directo uso de razón. No había una correlación perfecta entra la idea y la expresión, peor con los actos que podían derrapar de la correcta vía Dante dixit, porque estaban persiguiendo un sendero atractivo.

Luego hubo que entender que el ser humano no era el rey del planeta (odiosa metáfora monárquica), sino el compañero viviente de otros seres sensibles cuya existencia tiene puesto dentro de la naturaleza y derechos a partir de identificadas funciones. La razón humana no nos autoriza a ser depredadores ni a matar animales para exhibir sus cabezas disecadas en las paredes. Si algunas especies nos sirven de alimento, estamos en la obligación ética de procurarles una salida respetuosa y sin dolor. Si se trata de los animales domésticos, el cuidado es superior porque con ellos convivimos en una integración que nos hace practicar una especie de entendimiento y amor. No hay cómo mirar a los ojos de un perro sin sentir una corriente de comunicación.

El reino vegetal les da a las personas sus mejores regalos. Desde cobijo a alimento, desde purificación del aire a belleza, desde vestuario a expansión espiritual. Ya estoy leyendo a científicos que defienden la sensibilidad de las plantas, sus necesidades que la especie humana desoye y arrasa. Lo único que nos distingue de estos seres maravillosos es que podemos decir todo esto y muchos, batallar en su defensa. (O)