Nos vamos acostumbrando, poco a poco, a ver mujeres en puestos de responsabilidad política. Quiero creer que no se trata de obligada paridad en colectivos, ni de estrategia de simpatía con determinado sector, sino de auténtica confianza en personas del sexo que salió del confinamiento doméstico, a base de especiales esfuerzos y de lucha contra los prejuicios.

Frente al flamante gabinete, me pregunto si todavía sobrevivirán las creencias de que se necesita pasar por encima de las clásicas virtudes de la feminidad para desempeñar cargos de altura, perspicacia, firmeza y conocimientos específicos. Las que llamo “clásicas virtudes” siguen siendo atribuidas a las mujeres: capacidad de ternura, sensibilidad, delicadeza, modales suaves. Algunos esperarían que se combinaran con las cualidades de quien ostenta un puesto de dimensión política.

Las grietas en el camino de Daniel Noboa y su vicepresidenta Verónica Abad

Los mandatarios deben respeto al país Los mandatarios deben respeto al país

Pero no es tan fácil la cosa. Las mujeres que han llegado a esas arenas movedizas –basta repasar cercana historia ecuatoriana– se contaminaron de lo peor de las batallas públicas: obsecuencia con los líderes (como si desapareciera la capacidad de pensar), gestos y lenguaje agresivo, pérdida del sentido del ridículo, exhibición de ignorancia de las leyes y sus procedimientos. Tal vez el sentido de masa que debe experimentarse en la nutrida Asamblea explica el desenfado para gritar, romper comportamiento social y hacer declaraciones explosivas.

Las recién nombradas ministras tienen la oportunidad de sacudir dos imágenes: la de la tradición, que puede arrastrar todavía los fetiches de la debilidad frente a los embates problemáticos, del temor a hablar y posicionar decisiones, inseguridad dubitativa a la hora de liderar sus ámbitos de acción, para ser defensoras de la legalidad y transparentes ejecutoras de medidas que el país requiere. La otra imagen en la que no pueden caer es en la vulgaridad del que combate con lenguaje procaz y actitud matonil. Imagino que montones de veces sentirán rabia por lo que van a encontrar y querrán desautomatizar procederes arraigados dentro de la plantilla de burócratas que funcionará bajo sus mandos. Pero tendrán que encontrar la manera de ser actoras renovadas de la política habitual.

¿Diferencias en el Gobierno?

Tiene que ser muy difícil insertarse dentro de unos cuadros que ya están hechos, con colaboradores que vienen de atrás, que han votado por el candidato perdedor y deben aceptar que el que proviene del partido opuesto ahora es su autoridad. No pasa igual con el ciudadano común, porque el presidente siempre es un señor que está muy distante, pero el burócrata sentirá sobre su cabeza otras miradas, la implícita evaluación a sus anquilosadas tareas; tal vez su verdadero jefe está afuera. ¿Boicoteará al nuevo ministro? ¿Nutrirá con críticas adelantadas su disconformidad?

Las redes sociales sostienen y echan abajo programas e iniciativas. La situación de la vicepresidenta ha dividido a los seguidores de Noboa porque muchos están de acuerdo con distanciarla del accionar nacional por sus infortunadas declaraciones previas a la elección, mientras otros creemos atentatorio y hasta peligroso separar a la segunda autoridad del país del escenario inmediato. Soy de quienes no ven “violencia contra la mujer” en esa decisión, sino exceso de autoridad y error. El pueblo eligió un binomio para gobernar. (O)