Ni siquiera sus más feroces detractores, cuyas voces provienen todas de las alturas, pueden exhibir argumentos para discutir que Barcelona SC es el equipo más popular de Ecuador. Históricamente se cuentan un centenar de encuestas hechas por universidades, institutos politécnicos y firmas especializadas: todas muestran la condición de ídolo indiscutido de la escuadra del Astillero.

Barcelona SC es capaz de poblar de camisetas amarillas cualquier estadio del país. Y ese sentimiento afectivo se extiende, desde hace 30 años, a estadios de naciones donde hay migrantes ecuatorianos. Cuando el equipo guayaquileño ganó el título nacional de 1997, después del pitazo final, una inmensa marea humana salió de los bares y restaurantes donde se transmitía el encuentro por televisión y llenó espontáneamente la avenida Roosevelt en Queens, Nueva York, y produjo un infernal trastorno del tránsito.

“Esto no se había visto nunca, ni siquiera cuando los Yankees de Nueva York han ganado la Serie Mundial”, me dijo mi amigo Felipe Diab, un guayaquileño orgulloso en la capital del mundo. A mí no me lo contaron, yo estuve allí.

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Barcelona SC y Emelec, dos clubes guayaquileños, son protagonistas del único clásico futbolero de nuestra historia. Importan tanto estas dos divisas que se ha tratado de desplazar su protagonismo universal, como si los clásicos pudieran inventarse de repente. Duelos así nacen en la profundidad del tiempo y se alojan en el alma del pueblo de donde no saldrán nunca.

Se alega la rivalidad como factor propiciatorio para urdir la fantasía de un nuevo clásico, pero la hondura emocional del Clásico del Astillero, como lo bautizó Diario EL UNIVERSO en 1948, es irreversible.

La historia del ídolo de nuestro fútbol registra soleados amaneceres y sonoras tempestades. Nació el 28 de abril de 1925, en la esquina noroeste de Francisco de Marcos y Eloy Alfaro, en la vereda donde se reunía la histórica ‘gallada de la Modelo’. ¿Por qué eso de ‘la Modelo’? Sencillo, era una de las esquinas de la Escuela Modelo, edificada por la Misión Alemana para la Educación e inaugurada en 1920.

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Así consta en los diarios de la ciudad y en la declaración jurada hecha ante la notaria pública Norma Plaza de García por el primer secretario electo, Víctor Manuel Olvera. “Habiendo consultado con las diferentes personas que llenarían los cargos del directorio, previa citación de El Telégrafo n.º 14315, de abril 28 de 1925, nos reunimos, acordándose que tomaran posesión de los mismos el día viernes 1 de mayo de 1925 y que esta fecha sea la fundación del club”, dice en esta parte el ya fallecido don Víctor Manuel Olvera.

El elegir esa fecha (1 de mayo) para celebrar el aniversario del club fue una deferencia para con don Eutimio Pérez Arumí y sus connacionales catalanes. Eutimio era cuñado del presidente electo Carlos García Ríos y aquel día inauguraba su casa en Eloy Alfaro 2100, entre Vacas Galindo y Cañar. Todos los sucesos de la vida de Barcelona están narrados en el libro Los forjadores de la idolatría, presentado por el autor de esta columna en el 2019.

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Barcelona SC es un patrimonio muy guayaquileño y sus raíces están en el barrio del Astillero. Tuvo grandes deportistas que fueron luego los que dirigieron sus destinos. Deportistas amateurs que, tal como corresponde a su significado etimológico, amaban el deporte y la divisa que defendían. No ocasionaban gastos al club, no percibían sueldos, lavaban sus equipos en casa y se pagaban sus botines. No viajaban al estadio Guayaquil -que estaba en el sitio donde un odiador de su ciudad hizo demoler un estadio, un coliseo y un gimnasio- en autobuses de lujo y climatizados. En una esquina del Astillero los recogía un camión que manejaba un jugador suplente, Chinto Ramírez.

Del balde saltaban a los eriales que rodeaban el estadio y de allí a jugar. Se hacía una colecta para las naranjas y bajo un sol canicular se rompían el alma bajo el liderazgo de Manuel Gallo Ronco Murillo y Rigoberto Pan de Dulce Aguirre, el arquero que salía hasta media cancha con el balón en los pies y detuvo penales con la cabeza a Ramón Unamuno y Jorge Tolosano Laurido.

No piensen que estoy insinuando que se juegue hoy como en ese tiempo. Las realidades son otras en esta era del gran dinero. Lo que quiero significar es que cada futbolista y cada dirigente debe rendir con su ejemplo un homenaje a los que hicieron la grandeza del club. Por eso es importante que cada uno de ellos conozca la historia y se comprometa a enaltecerla y honrarla.

Basta de oportunistas enriquecidos que se echan al piso y fingen lesiones, que se hacen expulsar para gozar de vacaciones, que no tienen una identidad afectiva con el club que los hizo millonarios cuando nadie los conocía en su país. Barcelona fue convertido en ídolo porque la bravura y clase de sus criollos derrotaron a gigantes de calidad universal y porque sus jugadores se identificaban con las clases populares.

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“Barcelona era plebeyo de fútbol, pero no de origen, sino que su discurso futbolístico bravío llegó directo a la vena del patalsuelo, del estibador de los muelles de la ría, de los cacahueros de la calle Panamá, de los jugadores de pelota de trapo, del tocador de guitarra, del aguardentoso borrachito de esquina, de los heroicos cuarenteros voluntarios del Cuerpo de Bomberos”, escribió el poeta Fernando Artieda Miranda para la revista Estadio cuando el club cumplió 75 años.

La industria de implementos deportivos, las transmisiones por TV, la universalización del fútbol en tiempo real, la tecnología globalizadora han transformado el deporte. El futbolista no es más el esforzado defensor de su divisa, casi sin aspiraciones económicas. Hoy es un ‘trabajador’ cuya transferencia, primas y sueldos cuesta casi lo mismo que costó construir el Titanic.

Los voluntarios que entregaban parte de su tiempo para ocuparse en conducir el club ya no existen. Hoy quien aspira a conducir un club profesional de primer nivel debe tener conocimientos y experiencia en gestión deportiva, marketing y patrocinio deportivo, liderazgo, negocios internacionales, gestión financiera, conocimientos de derecho deportivo y derecho aplicado al fútbol, relaciones con las entidades internacionales del deporte.

La conducción de instituciones del deporte se ha vuelto una ciencia y muchas universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina tienen en el pénsum doctorados, masterados y grados asociados en esta especialidad.

¿Basta decir “estoy preparado”, o “vengo del fútbol”, o “tengo un cuerpo de inversionistas cargados de billetes” para aspirar a dirigir a Barcelona? Son muy débiles argumentos. El club requiere gente preparada, de alto nivel, que pueda exhibir raigambre espiritual con la divisa. Barcelona necesita volver al Astillero; no al área geográfica, sino al espíritu que lo hizo un gigante, hoy empobrecido precisamente por llevar a su conducción a gente improvisada, codiciosa, derrochadora y mentirosa, cuya excusa era “yo tengo plata” o “yo fui futbolista”. Todo el desastre se explica por la codicia de fama y dinero, salvo muy pocas y honrosas excepciones.

¡Socios, devuelvan a Barcelona al alma del Astillero! De ustedes depende que puedan empezar a disiparse los nubarrones que oscurecen el complicado futuro. (O)